LA ESTRUCTURA DE LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS

Publicado en por juangaleraalvarez

 

 

 

 

 

LA  ESTRUCTURA  DE  LAS  REVOLUCIONES  CIENTÍFICAS

 

 

 

-RECENSIÓN DEL LIBRO-

 

         La obra comienza con un PREFACIO en el que se sitúa lo que va a ser la gran novedad (hay quien opina que una revolución en la Historia de la Ciencia) del autor en el contexto de esta disciplina: el concepto de PARADIGMA.

         Paradigmas son para Kuhn “las realizaciones científicas universalmente reconocidas que, durante cierto tiempo, proporcionan modelos de problemas y soluciones a una comunidad científica”. A lo largo del presente ensayo se elucidarán los límites de este concepto, que, tal vez sea el verdadero objetivo del libro.

         Después del Prefacio, y en la INTRODUCCIÓN, Kuhn establece una decisión nuclear que aconseja a todo historiador de la ciencia. Indica el autor que ante la pretendida ciencia antigua (como, por ejemplo, la de Aristóteles), el historiador solo tiene dos opciones: o considerarla mito, o considerarla ciencia (eso sí, incompatible con la actual: no acumulativa). El historiador debe optar por esta segunda opción. A partir de este prisma, abordará en cada uno de los capítulos del libro, las razones y los ejemplos que le permiten decantarse por esta importante decisión.

         En el Capítulo II (EL CAMINO HACIA LA CIENCIA), considero que se utiliza una técnica expositiva (tomando el libro como una totalidad) en el sentido que lo que se pretende en dicho apartado (en términos abstractos sería: la aparición –ideal- del primer paradigma), lo va a desarrollar en los capítulos posteriores, los que traten –e introduzcan- el concepto de REVOLUCIÓN CIENTÍFICA. Por tanto allí nos remitimos.

         Si es un capítulo fundamental el III (NATURALEZA DE LA CIENCIA NORMAL), pues en el aparece la primera idea, en principio, desconcertante: el trabajo de la ciencia normal consistiría en el intento de obligar a la naturaleza a que encaje en el propósito decidido por esa ciencia normal. Es decir, una vez que un grupo científico esta inmerso en un paradigma determinado, este grupo, para seguir avanzando en tanto que científico, no puede paralizarse ante las anomalías que a buen seguro ocasionará dicho paradigma, pues el proyecto científico quedaría paralizado. Por tanto lo que hace dicho grupo será, como actitud general, buscar las maneras científicas adecuadas para que la realidad pueda ser delimitada mediante aquella forma de verla (aquel paradigma).

         Ahora bien, hemos dicho que esa es una actitud fundamental, pero la verdadera actividad concreta de la ciencia normal (es decir, aquella que en virtud de una tradición paradigmática, no pretende ya ninguna revolución, sino el ejercicio científico de esa tradición) va a consistir en algo así como poner a prueba dicho paradigma. Pero para entender esta idea, se hace necesario antes, plantear la dificultad de todo esto. Para ello, debemos formularnos el siguiente interrogante: si hemos dicho que el concepto de paradigma supone una forma determinada de ver la realidad, y que esa forma epistemológica ha sustituido absolutamente a otra anterior (a un paradigma anterior), entonces cuál es en puridad de criterios el trabajo del científico (pues parece que en aquella puridad, el trabajo ya estaría terminado).

         La respuesta a ello es: el científico, instalado en su actividad normal, intentará acoplar, progresivamente, la mayor parte de hechos (incluso de naturaleza distinta) a dicho paradigma, comprobar si sus teorías son válidas para una universalidad de hechos (dentro de un campo determinado), en circunstancias diversas y mediante métodos y herramientas distintas (esto es lo que se llama la ARTICULACIÓN del paradigma). Con ello en principio el científico intenta poner a prueba el paradigma (pero como luego veremos, esto sería, a la larga, inconscientemente, una intención adversa al propio paradigma). Sin embargo, conscientemente lo que está haciendo el agente científico es abarcar mayor realidad mediante la misma estructura paradigmática (está aumentando el conocimiento).

         En ese desarrollo de la articulación de su paradigma, la comunidad científica intuye que el avance se produce mediante el intento constante e incondicional de hacer que todo encaje en esa “verdad científica” que se va articulando, más que, por el contrario, detenerse ante cualquier anomalía (es decir hay fe en el paradigma en cuanto a su aplicación a nuevas extensiones de la realidad; y no lo contrario (no hay fe en la anomalía). En otras palabras, la actitud sería una actitud restrictiva[1]: si la anomalía no encaja, seguro que ésta es un enigma que solucionaremos, pues en cualquier momento tendrá cabida en el paradigma, al que –falsamente- parece amenazar en estos momentos; pero mientras tanto sigamos ejecutando el paradigma en otras situaciones. Así,  en el caso del paradigma de Copérnico, lo que éste consideraba cotraejemplos, era considerado enigmas por los seguidores de Tolomeo[2].

         Recapitulando[3], ya hemos considerado que en la actividad normal de la ciencia, a) un grupo de científicos, una comunidad, decide cuales son los hechos significativos que deben llamar a su dedicación; b) en dicha actividad debe conseguirse, cueste lo que cueste, un acoplamiento lo mayor posible –y de la mayor parte posible- de hechos, a la teoría paradigmática[4]; y c) el paradigma debe “desenvolverse”, en el sentido que puede presentar diferentes caras de la misma verdad, tal como, por ejemplo, el paradigma newtoniano debía ser válido para cualquier fenómeno, tanto perteneciera al mundo de la óptica como al mundo más global del movimiento de la materia (articulación del paradigma). Precisamente la teoría newtoniana, y concretamente los Principia, suponen tal vez, la articulación de mayor alcance y precisión que haya existido[5].

         En este punto retomaremos este último concepto, el de precisión, y con él nos introduciremos en el próximo Capítulo (IV), LA CIENCIA NORMAL COMO RESOLUCIÓN DE ENIGMAS.

         Hemos expresado que Kuhn considera la dedicación del científico en etapas de normalidad de la ciencia, como un agente que se va especializando en y para el reto de darle al paradigma el máximo alcance y la máxima consistencia, en tanto que capaz de soportar cualquier hecho en cualquier circunstancia. Pues bien, no cabe duda que una de las formas para conseguir ese propósito sería el probar la precisión del paradigma[6] (es decir, no solo su extensión general). Por tanto uno de los objetos del trabajo científico será la dedicación a la confección y aplicación de herramientas (modelos, aparatos, experimentos) cada vez más refinados, más sofisticados, más concretos. Es decir, el científico se pondrá a prueba a si mismo, no al paradigma (en el que confía ciegamente). En este ponerse a prueba deberá dedicar toda su actividad intelectual para ajustar casos nuevos a la teoría ya aplicada a otros casos. Estos casos nuevos (o mejor dicho, estas formas nuevas de aplicar la teoría) es lo que Kuhn denomina la resolución de enigmas.

         El título del Capítulo V, PRIORIDAD DE LOS PARADIGMAS, se concretará en la negación por parte del autor[7] de que exista un sistema de reglas inamovible mediante el cual una comunidad científica realice su actividad normal sujeta a un paradigma determinado. Precisamente, lo que si puede afirmarse, según el autor, es que el funcionamiento normal de la actividad científica solo requerirá fundamentalmente de la existencia de dicho paradigma. Ello debe ser entendido en un doble sentido:

 

a)     Los resultados de la actividad científica se considerarán satisfactorios en virtud de su resultado, pues en diversas ocasiones será difícil o imposible reconstruir el camino reglado que haya podido seguir dicha actividad hasta llegar al resultado satisfactorio. El autor en este punto echará mano de la segunda gran obra del filósofo Wittgenstein en la que se sostiene la teoría de la imposibilidad de dar normas o reglas para delimitar los conceptos lingüísticos, pues nuestra comprensión o intuición sobre la identificación de un concepto no puede ser definida. Por eso afirma Kuhn que <<Naturaleza y palabras son aprendidos simultáneamente>>[8]. Así, <<el conocimiento tácito es aprender para hacer ciencia más que adquirir reglas para hacerla”[9]

b)    En cualquier caso, si son necesarias las reglas, éstas serán accesorias       al paradigma y vendrán <<después de haber tenido una sensación, de     haber percibido algo. Entonces lo que hacemos frecuentemente es buscar criterios y utilizarlos>>[10] De ahí que en un mismo seno de comunidad científica, bajo un mismo paradigma, se consigan resultados satisfactorios (en la resolución de enigmas) mediante sistemas de reglas distintos.

 

Este momento es fundamental en el libro de Kuhn, pues como sigue argumentando en la Posdata que añadió al libro en 1969, ya en la comprensión paradigmática establecida por una determinada educación están integradas las reglas de la propia realidad (<<el curso del estímulo a la sensación está en parte condicionado por la educación>>[11]). Y ello tanto en un contexto más familiar (como cuando decimos mamá), como en un contexto de la naturaleza, cuando por ejemplo decimos cisnes; y también cuando hacemos un esfuerzo más analítico: por ejemplo f=ma. Así, y más concretamente, según cual sea el modelo “educacional” de una comunidad científica se estará trabajando “para” las reglas de un paradigma determinado.

 

                   Es todo eso lo esencial del Capítulo V. A mi juicio, este capítulo debería ocupar otro lugar, pues, el próximo, el VI, LA ANOMALÍA  Y LA EMERGENCIA DE LOS DESCUBRIMIENTOS CIENTÍFICOS, es una lógica continuación, no de aquél, sino del anterior a aquél (LA CIENCIA COMO RESOLUCIÓN DE ENIGMAS). La razón de ello debe ser dicha inmediatamente, pues no radica en confundir enigma con anomalía (pues son conceptos distantes semánticamente), pero, sin embargo tienen una relación funcional: es en ese aumento de exigencia al paradigma, poniéndolo a prueba mediante la medición de su precisión y su alcance, como topamos, a fuerza de tanta exigencia, con la anomalía. Por eso antes hemos indicado la paradoja: si la actividad normal de la ciencia conscientemente busca –no demostrar, sino- mostrar lo que se cree ciegamente: la consistencia del paradigma; sin embargo, el científico, mediante esa exigencia progresiva, busca inconscientemente el fracaso del paradigma, busca hallar la anomalía.

 

                   También hemos dicho que la ciencia normal no se detiene ante una anomalía normal. Es necesaria una anomalía fundamental o bien un cúmulo de anomalías, para que el científico dedique su tiempo a ese nuevo concepto.

 

                   El título de este Capítulo relaciona este concepto (anomalía) con uno cardinal, para esta obra y para la Historia de la Ciencia: el de descubrimiento científico.

                   Esquemáticamente es bastante inteligible: es cuando el agente científico se centra en la anomalía, cuando comienza a descubrir algo, precisamente que la teoría normal puede estar encubriendo algo con valor científico (comienza pues un intento por des-cubrir lo que la teoría esta en-cubriendo). No obstante, hasta llegar al verdadero descubrimiento científico se sigue todo un camino largo, inconscientemente, en el que concurre cada vez más, mayor importancia de la anomalía con un inconsciente acostumbramiento progresivo a evolución de los conceptos necesarios que integraban el anterior paradigma. Solo cuando los conceptos están ya preparados para identificarse con la nueva realidad, es cuando se produce el descubrimiento. Aclaremos esto mediante un ejemplo “paradigmático”[12]: cuando Lavoisier descubre que la teoría del flogisto era errónea en tanto que era erróneo dicho concepto de flogisto, solo pudo ver oxígeno porque ya hacía tiempo que disponía de dicho concepto. Lo mismo del válido ilustrativamente es que Einstein pudo superar la limitación newtoniana cuando ya disponía de nuevas definiciones conceptuales, cuando ya había comprendido que el tiempo y el espacio eran atributos de la materia, no eran independientes (absolutos) respecto a la materia. Historicamente había cambiado sobre todo el concepto de materia, y, en consecuencia, el de masa (relación aquí entre el Capítulo que ahora comentamos y el Capítulo XI, que está dedicado al mismo tema por entero y, prácticamente de la misma forma.

 

                   Tal como decimos, Kuhn, para que se muestre el descubrimiento científico, la anomalía debe ser “trascendental” o bien debe ser múltiple. Esto es lo que en le próximo Capítulo (el VII) denomina crisis.

                   Una vez que simultáneamente comparecen la crisis y el descubrimiento, se impone lógicamente la explicación de esa noticia científica, se impone la preparación de una nueva teoría que modifique o que desbanque a la anterior.

                   No obstante, tal como hemos argumentado anteriormente, el tejido legal de la teoría (sus reglas) era solo la forma de trabajar esa verdad ya asumida (el paradigma). En consecuencia, solo podrá ser desbancada la teoría anterior mediante la disposición de un nuevo paradigma. Para entender eso el historiador deberá regresar siguiendo la pista de un proceso lento, latente, inconsciente, donde los nuevos intentos de nueva teorías –en pugna con las tradicionales- irán dejando una forma de sedimentos hasta alcanzar, al final, y, en apariencia, revolucionariamente, un nuevo paradigma, que reemplace al anterior. Es así como lo que antes se veía solo como algo superable con el mismo paradigma (el enigma) ahora se ha convertido en algo muy distinto: ejemplos en contrario. Y ahora <<los científicos no ven algo como otra cosa diferente; en lugar de ello, se limitan a verlo>> (ahora no pueden ver ya lo que veían). Es una mirada distinta, nueva, joven.[13] (Capítulo VIII, LA RESPUESTA A LA CRISIS).

 

                   En el Capítulo IX, NATURALEZA Y NECESIDAD DE LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS, se relacionan ambos conceptos (naturaleza y necesidad) con una de las aportaciones más importantes de Kuhn: el progreso de la ciencia, sea como fuere, nunca es acumulativo. Para ello es fundamental comprender que la extinción del anterior paradigma a manos del nuevo (es decir la relación de inconmensurabilidad entre ambos) impide hablar de acumulación. En otras palabras, no hay una norma constantemente elevada (trascendental) e ideal, con la cual comparar el paradigma antiguo y el nuevo (pasa como con las revoluciones políticas, en cuyos momentos no existe ningún poder legítimo), y, así, tanto en la irrupción de éstas como cuando suceden aquellas, la única apelación posible es la persuasión a la comunidad correspondiente (en el caso que nos ocupa, la comunidad científica): este es el único principio de autoridad.

                   Debemos detenernos, por razones de ilustrar lo dicho, que esa ausencia de referencia de autoridad se contempla con toda facilidad en ejemplos paradigmáticos tales como el alejamiento entre la teoría newtoniana y la de Einstein: si bien es cierto que Einstein modifica la inteligibilidad última de la física, tal como hoy se define, no es menos cierto que todavía sigue existiendo la convivencia de ambos paradigmas, pues en entornos más cotidianos (ajenos a altas  velocidades) como en la actividad de los ingenieros de esos entornos, la que se aplica es la física newtoniana (Capítulo IX: NATURALEZA Y NECESIDAD DE LAS REVOLUCIONES CIENTÍFICAS).

 

                   Todo ello debe ser comprendido en su totalidad, es decir, la extinción del anterior paradigma lo es en sentido estricto: ya no queda ningún resquicio del pasado; el nuevo observador se encuentra en otro mundo (Capítulo X). Es interesante en este sentido el caso ejemplar de la diferencia de los conceptos relacionados con el movimiento que utilizaron Aristóteles y Galileo. La consecuencia de ello es que dondeel primero, por ejemplo vio un cuerpo que tiende a caer a un mismo punto y no lo hace por la velocidad que sufre o experimenta, el segundo ve un péndulo.

 

                   En el antepenúltimo Capítulo, XII (LA RESOLUCIÓN DE LAS REVOLUCIONES), creo que el autor matiza aquella afirmación del único recurso ante un comienzo revolucionario (la persuasión). La prueba de esa necesidad de matiz proviene, a mi juicio, que habiendo Kuhn indicado al joven científico como el normal abanderado de la revolución científica, ahora cita a Max Planck en el siguiente sentido: <<una nueva verdad científica no triunfa por medio del conocimiento de sus oponentes (...) sino más bien porque dichos oponentes llegan a morir y crece una nueva generación que se familiariza con ello>>. Parece entonces que no es del todo definitivo el hecho de la persuasión, y es más seguro el de la generación independiente, en el mayor sentido posible. No obstante, no niega Kuhn, el convencimiento de los “ancianos” mediante el discurso de los jóvenes. Ahora bien, dicho discurso debe contar, no solo con el atractivo de que el nuevo paradigma, y solo él, resuelve nuevos problemas; y no solo que la nueva teoría es más atractiva estéticamente (más sencilla: más clara) sino que debe estar también la fe: el nuevo paradigma “pinta” mejor, en el sentido en que se intuye por la comunidad, que será más coherente en relación con los nuevos enigmas que se intuyen.[14]

                   Esto último en cuanto, digamos, a la idea. Pero es necesario también, a juicio del autor, que se considere la manera en que esa idea va calando: lo hace progresivamente en el sentido de primero es captada por un número reducido de adeptos, para luego ir “contagiándose” a la mayoría.

 

                   Por último, en 1965 Kuhn termina el libro (en 1969, como hemos dicho, añadirá aquella Posdata), planteando el verdadero móvil de esta obra: el posible o no progreso en la actividad científica.

                   Antes que nada hace una pregunta estéticamente interesante: <<¿Progresa un campo debido a que es una ciencia, o es una ciencia debido a que progresa?>>.

                   Esta pregunta debe ser respondida atendiendo tanto a lo que el autor afirma en el último de los Capítulos de 1965 (Capítulo XIII: PROGRESO A TRAVÉS DE LAS REVOLUCIONES) y, sobre todo, a lo que concretará en el añadido de 1969.

                   En resumen, Kuhn –aunque él lo diga en otros términos que luego veremos- no puede hacer otra cosa que afirmar que el progreso científico existe, aunque no es un progreso acumulativo respecto a etapas históricas (en las que el paradigma era distinto). No es un progreso en términos absolutos históricamente hablando, sino absoluto dentro de su paradigma, es decir es un progreso en la especialización, y ello en un doble sentido: a) la especificidad del paradigma presente y b) el avance dentro del paradigma. Es en esa actividad en orden a exigir al paradigma mayor alcance y precisión, que se progresa en el conocimiento. En otros términos, más cercanos a Kuhn, es desde la óptica de la única propiedad de la nueva comunidad científica (su educación; su sistema conceptual), donde el conocimiento crece conceptualmente, elucidando progresivamente el concepto, articulando cada vez mejor el paradigma que integra. Así dirá Kuhn en la Posdata: <<Las últimas teorías científicas son mejores que las antiguas para la solución de enigmas por la casi completa diferencia de ambientes en donde son aplicadas. Esta no es una posición relativista, y muestra el sentido del progreso científico del que soy un creyente convencido>>[15]

                   Las razones de ello, tal como se ha ido viendo hasta aquí se deben a que como afirma explícitamente el autor, <<no hay un “realmente ahí>>, no hay un lenguaje neutro, que trascienda en el sentido de “sobrevolar” todos los paradigmas (son entre si inconmensurables), y, en consecuencia, no tenemos ninguna referencia conceptual que nos permita comparar en cuanto a mayor grado de verdad epistemológica los diferentes paradigmas entre si. Un ejemplo bueno para ello, entre tantos otros, es que la física de Einstein estará más cerca del pasado anterior a la física newtoniana a la que había superado más que a este paradigma superado (es decir Einstein se parece más a Aristóteles que a su más cercano Newton): ello demuestra que el paradigma de Newton no supone en términos absolutos un progreso científico.

 

 

RECEPCIÓN Y DIFERENCIAS DE LA OBRA DE KUHN EN EL SENO DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA

 

                  En este apartado, mi propósito es marcar la relevancia de la aportación kuhniana dentro tanto de la disciplina de la Historia de la Ciencia como en términos de Filosofía de la Ciencia (y concretamente ésta, su primera obra, que venimos comentando). Pero especialmente me referiré a tres libros: 1) “Las arañas y las hormigas”, de Paolo Rossi; 2) “Introducción a la Historia de la Ciencia”, de Helge Kragh; 3) “Razones e intereses. La  Historia de la Ciencia después de Kuhn, de Carlos Solís.

 

                   En primer lugar debemos recordar que hay quien caracteriza la obra de las revoluciones de Kuhn como otra revolución, esta en materia de Filosofía e Historia de la Ciencia. Tal vez, efectivamente se pueda hablar de un antes y un después en estas disciplinas. Precismante ese es parte del título del libro de Carlos Solís.

                   Tal vez las grandes aportaciones que supone esa nueva visión revolucionaria son dos: por una parte Kuhn se sitúa en un punto intermedio entre dos extremos (los internalistas y los externalistas[16], tal como estas dos corrientes se entendían hasta la llegada de la obra kuhniana), porque Kuhn podrá ser considerado internalista en un cierto sentido (que la actividad científica, en tanto que actividad sigue una serie de criterios y de parámetros científicos, los establecidos según el paradigma adoptado por la comunidad científica) pero no en un sentido internalista absoluto, pues debe aceptarse un cierto externalismo: los factores socio-educacionales de los miembros de ese grupo, o mejor dicho la influencia –general (desde el “exterior”)- que dichos factores han tenido en los miembros de ese grupo (científico) incidirán directamente en sus concecpciones en el seno de su actividad; y ello hasta el punto de que, tal como se dijo, el propio acceso a la realidad (epistemología), desde incluso la actividad perceptual[17], está condicionado por la educación (que no puede sustraerse a los factores socio-políticos y económicos). Es decir, podríamos afirmar que Kuhn establece la influencia “externa” en el científico en tanto que ser social pero la autonomía en tanto que científico (aquella es previa e independiente a la posterior autonomía científica).

                   La segunda gran aportación de la obra de Kuhn también toca en uno de los núcleos del objeto de la Historia de la Ciencia: el progreso científico es, pero debe entenderse por el camino de la especificación (especialización) conceptual establecido por una comunidad científica en un período determinado, sin ser, por tanto un progreso acumulativo respecto a los establecimientos anteriores. Esto nos sirve para conectar con uno de los referidos autores, P. Rossi, quien, en ese sentido de la cuestión de la acumulación sintetiza su intención de explicar ese tema kuhniano expresando que lo que viene a decir Kuhn es que se produce un progreso de algo, contra lo que se afirma desde la exigencia básica de un Popper: progreso hacia algo.

                   Ahora bien, cómo encaja la aportación de Kuhn en la recepción de P. Rossi, es una cuestión que nos parece interesante destacar. Pero antes que nada hay que decir que se ha elegido este autor, y concretamente el libro de “Las arañas y las hormigas”, para alejar un tanto “las revoluciones científicas” de ese aparente esencia filosófica y considerar la posible prevalencia de la disciplina de la Historia de la Ciencia.

                   El libro de Rossi, comienza con un verso de Arquíloco muy sugestivo: <<Muchas cosas sabe el zorro, una sola el erizo, pero grande>>. Lo toma Berlín e inteligentemente habla de dos clases de actividades intelectuales: las centrípetas (la actividad filosófica) y las centrífugas (los escritores). Pero todo esto Rossi lo reconduce a un momento central de la Historia de la Ciencia: Bacon y su dicotomía, arañas (filosofía racional) y hormigas (filosofía empirista), y su esperanza de la síntesis (abejas). Rossi, ahí, aportará un matiz y, expresará, respectivamente dos conceptos un tanto distintos: espistemólogos e historiadores de la ciencia.

                   Para hacer entrar en escena a Kuhn, debemos centrarnos en la crítica de Rossi respecto a aquella dicotomía. Dirá Rossi que echa de menos más “abejas” (la necesidad simultánea de ambas disciplinas); y es que, según él, la araña está orgullosa de serlo, y de serlo ajena a la hormiga, la que tampoco cree en la validez científica de esos <<modelos cognoscitivos prefabricados>>[18] que, afirma Rossi, caracterizan al filósofo (emancipado de la Historia de la Ciencia).

                   Si bien es cierto que en ese punto ambos autores están de acuerdo, pues no existe ningún modelo trascendental (ajeno al momento real de tiempo y espacio), debemos afirmar un matiz diferencial de verdadera importancia: ya hemos dicho que el externalismo de Kuhn, es indirecto, es decir, una vez educado socialmente el científico, éste se emancipa de la sociedad[19], y, por tanto, su realidad científica consiste precisamente en esa aplicación incondicional del modelo cognitivo prefabricado. Ello desde la perspectiva de la Filosofía de la Ciencia. Pero también este punto de conexión entre ambos autores apunta a una importante afirmación en lo tocante a la Historia de la Ciencia en sentido estricto: el historiador de la ciencia no debe seguir un criterio unívoco y previo y proyectarlo a cada etapa histórica de desarrollo científico. El historiador deberá como mínimo realizar una actividad de “traducción.”[20]

                   Pero en conclusión, lo que queremos realmente destacar, respecto a este libro de Rossi (y especialmente su metáfora) y la obra que nos ocupa es que debemos afirmar que a Kuhn hay que situarlo, como historiador de la ciencia, más bien en el papel de hormiga; y, no solo eso, sino en la afirmación de la necesidad –plural- de hormigas. Ello, de tal manera, como a continuación se explicará, que la verdadera filosofía de la ciencia sería la Historia de la Ciencia. Efectivamente, no cabe para Kuhn un modelo aplicable a cualquier etapa histórica, por tanto hay que recabar los acontecimientos preparadigmáticos de cada etapa. Es eso lo que debe hacer el historiador; o sea, entrar en la influencia en el inconsciente de la comunidad científico-histórica de ese momento; y hacer eso en cada una de esas comunidades que conforman la Historia de la Ciencia. Solo así descubrirá en que consiste la actividad científica; solo así comprobará que la verdadera filosofía de la ciencia es la Historia de la Ciencia.

                   Este último apartado nos abre la puerta para penetrar en el libro de Kragh, que en este caso, como dice el autor expresamente (no va a explicar a Kuhn ni va a encajarlo directamente en esa obra). Por tanto, seremos nosotros quien lo hagamos (comparemos los dos libros).

                   Todo lo que hemos dicho del error del erizo o de su allegada, la araña, lo aborda Kragh, dándole otro concepto que complementariamente con nuestras argumentaciones aclararían éstas. La cuestión radica conceptualmente en algo paradójico desde el historicismo de un Hegel, pues allí se bifurcan historicismo y logicismo.

¿Existe una lógica trascendental ajena al proceso histórico?. Esto hay que dividirlo con mucho cuidado, pues es un proposición muy ambigua:

 

-         A modo solo ilustrativo, el historicismo hegeliano  afirmaría una cierta relación “oculta” entre todos los momentos históricos (proceso éste que siempre obedecería a la misma lógica).

-         En contra, la descripción[21] que hace Kragh, de bifurcación entre historicismo-logicismo. Aquí, respectivamente, estaríamos ante lo dicho respecto a la proscripción en cuanto a la verdadera filosofía de la ciencia, de un modelo ajeno a la historia.

-         Ahora bien, retomando el historicismo hegeliano, el progreso debe mantenerse como tesis, por cuanto el aparente devenir contradictorio entre los paradigmas, obedece a una misma lógica.

 

 

Otro de los extremos verdaderamente centrales en cuanto a diferencia entre la aproximación de Kragh a la Historia de la Ciencia y la aportación de Kuhn lo es el que mientras aquél parece afirmar la no certeza de cuales fueron las causas o los sucesos que propiciaron el eje de la Historia científica (es decir los descubrimientos científicos)[22], Kuhn tal como se ha dicho si tiene respuesta para la reconstrucción histórica del camino hacia el descubrimiento (ya dijimos que: 1)aumento de las anomalías o anomalía excepcionalmente interesante; 2) dedicación de la ciencia normal a un objeto nuevo: la anomalía; 3) como consecuencia, habituación inconsciente a nuevos conceptos necesarios para detectar el descubrimiento. Debemos aclarar que no es que el escepticismo de Kragh en este punto deba considerarse como una insuficiencia, pues efectivamente, desde el punto de vista de la ciencia histórica, el iter que comienza subrepticiamente en el origen de lo que luego será la detección del descubrimiento es un iter no aparente, afirmando Kuhn no poder descartar la el proceso inconsciente de habituación al nuevo concepto necesario para detectar el que parecerá un hecho revolucionario. Por tanto el historiador actuará legítimamente si lo que hace es afirmar, con Kragh, que los motivos que llevaron al descubrimiento no puede identificarlos fácticamente (pues el proceso fue una transformación no visible del concepto). Por ejemplo, en el iter que Lavoisier siguió desde las primeras sospechas de las dificultades de la teoría del flogisto hasta que identificó bastante tiempo después el oxígeno, lo que se fue produciendo fue una transformación “subterránea” en el sistema conceptual de Lavoisier. Y el historiador no tiene –por lo menos directamente- acceso a ello.

 

 

         Pero queremos terminar esta Introducción a la Historia de Kragh, haciendo mención a un concepto interesante, cuya novedad se debe a Bacherland (1884-1962), con lo que se verá con toda nitidez la postura kuhniana de imposibilidad de acuerdo con ninguna corriente teleológica, sea en el matiz que sea.

         Así, siendo ajeno el nuevo concepto que ahora diremos a la afirmación de historia científica como algo teleológico, Bacherland sin embargo, y mediante el concepto de historia recurrente, desarrollará una discriminación entre aquellas teorías científicas falsas que han ocupado no obstante su lugar en la historia de la ciencia, de las que no lo han sido y que todas ellas (éstas últimas) integran lo que se puede denominar ciencia del pasado actual.[23]

         Esto no es admitido por Kuhn en ningún sentido, es decir, no solo el proceso histórico-científico no tiene un sentido teleológico, sino que:

                   - no hay por definición teorías falsas como dice Bacherland, pues hubo un momento en que de una manera u otra no lo fueron.

- no existen conexión entre las diferentes teorías que obedecen a paradigmas distintos, puesto que son inconmensurables.

         Pero va a ser Carlo Solís, quien en 1994 dedique su libro por entero a la sugestion de la obra de Kuhn como un antes y un después de la Historia de la Ciencia.

         Como venimos haciendo, en primer lugar expondremos la recepción que de la obra kuhniana hace el autor, para luego entrar en la posible comparativa de ambos libros.

         Refuerza[24] Solís la remisión de Kuhn al marco educacional-perceptual-conceptual establecido por una comunidad científica como única forma de conocimiento, y lo hace echando mano nada menos que de Kant. Dice Solís: <<después de Kant, ¿quién puede osar saber como son las cosas en sí al margen de nuestros marcos teóricos>>.[25].

         No obstante, nos gustaría hacer una pequeña precisión, si bien, no vemos diferencia esencial entre la relación sujeto-objeto kantiana y la kuhniana. Pero, como decimos, debemos afirmar, que la forma que tenemos de darle consistencia a la pregunta retórica de Solís es que, aparte de las categorías de espacio y tiempo (que son  universales), lo que tanto Kuhn (tal como hemos dicho -supra pag. 4) como Solís, están indicando es que si el estímulo llega a convertirse en un tipo de percepción determinada, y dicha determinación obedece a razones educacionales, la conclusión debe considerar la influencia del relativismo cultural en orden a su incidencia en la diversidad perceptual (y ello encaja perfectamente con los momentos históricos distintos en los que, en cada, uno de ellos, la comunidad científica, establecerá una forma distinta de ver el mundo).

          Hemos hablado ahora del fundamento de la inconmensurabilidad de los paradigmas. Pero es interesante centrarnos, por ello, en el misterio de la fase transitoria de un paradigma a otro. Creo, que Solís, acierta con la proposición de Heráclito cuando dice: <<quien no espera lo inesperado no lo hallará, pues para él será indetectable e inaccesible>>[26]. Creo que Carlos Solís muestra con esa cita, uno de los puntos más dificultosos de la aportación kuhniana, cual es la pregunta de ¿cómo es posible la transición entre posiciones inconmensurables?. Debemos concretar la posición de Kuhn al respecto afirmando nosotros que su pensamiento sería: tener, a partir de un momento determinado, la anomalía como objeto de la ciencia normal, supone un acostumbramiento diario y progresivo a la nueva forma conceptual; supone el buscar algo que nunca se hubiera esperado, lo inesperado, tal como dijo Heráclito.

         Pero una vez situados en la posibilidad de la convivencia de distintos paradigmas como objeto de la historia de la ciencia kuhniana. Demos, desde ese criterio, un paso más: también cabe la convivencia de paradigmas inconmensurables en un mismo tiempo y espacio históricos, incluso con un mismo objeto[27]. Eso, aunque ya Kuhn en el libro que comentamos lo había indicado tangencialmente, lo explicita ahora Solís: a mi juicio, Solís, debe echar mano al concepto de holismo, y concretamente esta es la palabra que utiliza.

         No obstante, el verdadero punto de inflexión (así caracteriza Solís el momento de Kuhn) estará en un punto rígido entre las teorías racionalistas y las teoría sociologistas[28] (éstas, en contra de la autonomía de la razón científica que aquellas propugnan, mediatizarán la actividad científica a través de los intereses sociales): Kuhn, tal como venimos explicando, es la síntesis de ambas, es la sociología previa del científico, y la razón científica en otro estadio posterior ya emancipado de lo social: de ahí que aunque la ciencia avance lo hace en un compartimento de fundamento estanco.

         Una vez hemos expuesto la recepción de Kuhn en Solís, vamos ahora de lleno al encaje comparativo entre ambos autores.

         Son, sobre todo, en un trabajo como el presente, dos cuestiones las que, a mi juicio, deben destacarse explícitamente.

         La primera de ellas no puede ser más frontal: no es –en contra de Kuhn- necesaria ninguna crisis para que se produzca la revolución paradigmática. Y creo, que esto ya tiene fundamento, más arriba expuesto (la supervisión holísitica, que permite la convivencia de distintos paradigmas en un mismo momento histórico, permite afirmar a Solís que no solo las cosas se pueden abordar desde miradas científicas distintas, sino que, en virtud de su relación holística, existe una interrelación entre ellas que repugna al concepto de crisis. Por tanto, debemos nosotros apostillar que: el pensamiento de Kuhn debe matizarse: si aceptamos la convivencia de distintos paradigmas sincrónicamente (tal como Kuhn sostiene cuando desarrolla el título de la Prioridad  de los paradigmas -supra pag. 4) la diversidad de paradigmas no requiere del concepto de crisis, salvo si –y eso es lo que salva a Kuhn- un paradigma ha sido extinguido (decimos que eso le salva porque en todo momento ha afirmado la necesidad de la extinción de un paradigma para la sustitución ocupada por el nuevo). Es decir, en contra de Solís, lo que dice Kuhn, no es que sea necesario, a ese respecto, solo el hecho de la crisis sino también el hecho de la extinción del paradigma anterior. Por tanto están a salvo (ajenos a la necesidad de crisis) todos los paradigmas que convergen sincrónicamente.

         El último gran tema que quiero destacar del libro de Carlos Solís es, yo diría, el tema más interesante de estructura conceptual kuhninana: ésta establece en uno de sus centros la inconmesurabilidad.

         Solís se opone matizadamente afirmando que, por lo menos puede hablarse de comparabilidad, estableciendo dos argumentos verdaderamente ingeniosos, que nosotros interpretamos de la siguiente forma:

-         solo puede haber un soporte para hablar de inconmensurabilidad de dos paradigmas: la comparabilidad. Es decir, en términos de la metafísica de kantiana, la condición de posibilidad de que afirmemos que dos paradigmas son inconmensurables, es que los comparemos. Luego ya criticaremos este proposición de Solís.

-         Si la naturaleza es una constante (en el sentido de ajena a la ciencia), podemos comparar ambos paradigmas en tanto que la diferencia de la relación que cada uno de ellos tiene con esa constante.

Nos da la sensación, que aunque Kuhn es un autor ambiguo, no busca fáciles argumentos (que muchas veces son tributarios de falacia: la falacia utiliza normalmente la inteligibilidad fácil). Nosotros damos valor a esos argumentos de Solís, pero intuitivamente consideremos su crítica:

-         la comparación entre dos paradigmas inconmensurables es solo la afirmación de su inconmensurabilidad. No es entrar en el contenido de ellos.

-         No existe, para Kuhn, esa constante, como referencia común comparativa entre dos paradigmas (que dice Solís ser la Naturaleza) sino que la Naturaleza es cada paradigma.   

 

 

          

 

   

        

                  

 

          

          

 



[1] Kuhn, (1962), p. 53.

[2] Ibidem, p. 132.

[3] Ibidem, p. 66

[4] A mi juicio, el hecho significativo y el “acoplamiento” de la mayor parte de hechos posibles al paradigma serían dos formas de decir lo mismo, pues la idea es que se intentará hallar el significado paradigmático en la mayor parte de hechos. 

[5] Ibidem, p. 62.

[6] Ibidem, p. 55.

[7] Ibidem, pp. 292-297. Pertencen estas páginas a un capítulo titulado “Posdata: 1969” que añadió en dicho año a la obra que venimos citando, publicada en 1965. En las páginas concretas que ahora hemos señalado, el autor complementa con nuevos argumentos la idea del referido Capítulo V, “Prioridad de los paradigmas”. 

[8] Ibidem, p. 292.

[9] Afirmación de Michael Polanyi, citado en Cf. Kuhn (1965), p. 293.

[10] Cf. Kuhn (1965), p. 297.

[11] Ibidem, p.295.

[12] Ibidem, p. 96..

[13] Ibidem, p. 146. Es propio, en consecuencia lógica, que sean científicos de nuevas generaciones, jóvenes, los que protagonicen las revoluciones científicas.

[14] A mi juicio esa valoración de quien “ostenta” (ostentaba) la autoridad científica tradicional, requiere de que esa autoridad esté, necesariamente, instalada ya en el nuevo paradigma..

[15] Kuhn (1965), p. 313.

[16] El internalismo afirmaría la autonomía de la actividad científica, cuyos criterios y propósitos serán siempre en orden a la verdad científica, independiente a las influencias del resto de concepciones sociales y/o económicas y/o políticas. El externalismo sostiene la teoría de esa influencia externa en el sentido de que precisamente aquellos criterios y propósitos de aquél género no específicamente científico, sin que existiera entonces una división  clara entre la comunidad científica y el resto de la sociedad. En 1961, es en el congreso llamado Scientific Orange donde se produce un total enfrentamiento encabezado, respectivamente a aquellas dos posiciones, por R. may  y J. Needham. Kuhn se situará en medio de esos dos extremos.

[17] <<el curso del estímulo a la sensación está en parte condicionado por la educación>>, Kuhn (19659), p. 295.

[18] Rossi (1986), p. 9. El autor afirma el error del epistemólogo en sentido estricto, en cuanto a que aplica incondicionalmente (al márgen del tiempo y del espacio) un sistema cognitivo (por eso prefabricado) ilusorio (apartado de la realidad).

[19] Es Alexandre Koyré el verdadero inspirador de esta posición. Véase el Prefacio de Kuhn (1965), pp. 9-19.

[20] Kuhn (1965), pp. 308-309. Véase asimismo Rossi (1986), p. 14, respecto a estar proscrito para la disciplina de la Historia de la Ciencia el modelo prefabricado.

[21] El libro, Kragh (1987), obedece fielmente a su título, pues el autor parece ser que se propone como verdadero cometido explicar las claves de la Historia de la Ciencia, no de su Historia de la Ciencia. Su actividad es más bien descriptiva.  

[22] Kragh (1987), p. 93.

[23] Ibidem, p. 125.

[24] Solís (1994), p. 33.

[25] Ibidem, p. 33.

[26] Ibidem, p. 34

[27] Ibidem, pp. 30-31.

[28] Ibidem, p. 13.

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