PLATÓN, EL DESMANTELAMIENTO DEL HECHIZO

Publicado en por juangaleraalvarez

 

 

 

 

 

PLATÓN, EL DESMANTELAMIENTO DEL HECHIZO.

 

 

 

PROPÓSITO:

 

         La presente conferencia traslada un posicionamiento personal –y por tanto académicamente incalificable- como excusa para intentar acreditar la recepción sintética de los criterios hermenéuticos utilizados por la dirección del curso actual de Metafísica I, Teoría.

 

 

 

A)   El tiempo:

Tal vez estén en lo cierto los que aseguran que toda angustia ante la vida no sea sino una ausencia del tiempo, es decir una inexistencia del presente, o lo que es lo mismo, y más ilustrativo, un puente entre la carga de sentido pretérito como aplicación en el porvenir. Cuando leemos cualquiera de los Diálogos de Platón, uno tiene la sensación que algo especial pasa con el tiempo. Parece que los personajes no tienen prisa. El lector avanza siempre hasta llegar al Fedón; ahí confirma que, su primera intuición no era equívoca: Sócrates ha decidido esperar a la muerte. Sócrates ha comprendido que el camino debe ser inverso. La obligación del filósofo debe ser avanzar hasta el límite de la vida. En  esa dirección el miedo se va aquietando, se pone a nuestros pies. Mi madre decía no comprender la prisa de algunas personas; tal vez éstas desconocían –decía mi madre- que llegarían puntuales a la hora de la muerte. Cuando comprobamos nuestra prisa, en ocasiones nos resulta  estúpida, grotesca. Parece que hemos perdido la ilusión por el contemplar, no tenemos ya ni tiempo para encontrar las razones en las que basamos nuestra opinión (Teeteto). En cualquier banquete en el que nos encontramos solo participamos con permanencia ante dos cosas: el acto de comer y las risas; la conversación se desvía constantemente, parece como si ninguno de nosotros estuviera preparado para conocer (ello me recuerda a Menón).

 

         Sin embargo, a una cierta edad, tal vez a partir de los cuarenta, uno empieza a considerar la necesidad de convertirse en el homme entier, “que concentra toda su voluntad en un fin concreto”, como menciona Hegel en sus clases de “Introducción a la Estética”. En esa unidad de avance uno comprende en Platón el retrato de la existencia; y comprende que toda decisión que tome debe adecuarse a esa unidad. La diferencia entre cualquier filósofo y quien no lo es consiste precisamente en eso, que toda acción de aquél ha tenido presente la totalidad de la extensión (Teeteto-Fedón). Pero Platón no es cualquier filósofo, Platón estira la extensión por ambos extremos hasta convertirla en una continuidad (Menón-Fedón), si bien –en palabras de Gadamer- esa continuidad necesita de la discontinuidad (1.- característica de la forma escrita; 2.- la importancia de los interludios; 3.- la discontinuidad de la obra platónica mediante los diversos Diálogos, que recobran continuidad en la visión macroscópica del alma en “La República”). Tal vez uno no pueda conocerse a si mismo si no comprende que su extensión es anterior al nacimiento y ulterior a la muerte. Es tal vez, en ese diálogo de uno con su ser no nacido y con su propio cadáver, que comprende cual debe ser su sitio.    

 

         Ante la dificultad continua, se emprende la búsqueda (Teeteto), pero la extensión discontinua (aún con justifificación) no es suficiente; uno debe ya –por su impresión de finitud- reconocer que la opinión recta no nos alivia, y en ese diálogo que somos tampoco es posible el placer (éros terrenal); precisamente el diálogo cesa cuando aparece la pasión. Pero todo continúa, y no nos extraña, no somos extraños ante ese contínuo (una de las justificaciones de la reminiscencia), comprendemos mejor la historia del arte que nuestros actuales interludios. La vida nos resulta familiar, y a nuestros niños (caso claro de reminiscencia): no podemos imaginar, con Parménides,  el paso del no-ser a nosotros, pero si podemos entender los razonamientos socráticos que cuenta Fedón a Equécrates (el mito órfico es inteligible). Incluso entendemos físicamente las montañas de esmeralda que se encuentran en la superficie a donde irá, premiada por su intensidad filosófica, el alma de Sócrates, sin embargo no podemos resolver científicamente nuestros interludios. Sólo hay una forma: en la novela que estamos escribiendo todo cuadra (Heidegger), y el desamor se hace bello (y la belleza ya no es el amor: sólo uno de los invitados al Banquete lo ve; tal vez por el acto demoníaco previo); y el autor sigue avanzando, crea y crea (como un dios), y ya no necesita el amor. Sabe en ese momento que todo el equilibrio de su novela quebrará si se olvida de la idea de belleza. El escritor se ha olvidado ya de su phýsis. Sus palabras no son pensadas; solo ve, y ve en el pasado, y la era y la noria que está pintando las recuerda más limpias; y al lado las formas perfectamente “irregulares” de la casa vieja, en la que “una parte es purpúrea, de una belleza admirable, otra de aspecto dorado, y otra blanca, y más blanca que el yeso o la nieve, y del mismo modo está adornada también con otros colores, más numerosos y más bellos que todos los que nosotros hemos visto”, Fedón (Gredos, pág. 128).

 

         Dibujando su muerte el escritor se siente –unitariamente- valeroso (más que Protágoras; se siente bello. En el cuerpo inerte hay una paz (no hay placer-dolor, según cuenta Fedón: “y, luego, apretándole con fuerza el pie, le preguntó si lo sentía, y el dijo que no”; se ha producido una transformación en la materia (recuerda el observador la transformación del óvulo cuando deja de serlo, trasformación anterior a la aparición de la masa encefálica; pero un ginecólogo amigo le dice que nunca se había demorado en eso; que eso es cosa de la comadrona). Cada noche, antes de acostarse, el escritor le hace un guiño al cuadro; se acuesta sonriendo. Sueña cada noche un sueño extraño, es un sueño total. Los marcos laterales del cuadro han desaparecido. Las figuras ocupan el lugar de siempre: el muerto a la derecha; tres mujeres, en sillas muy bajas, que velan el féretro, a la izquierda del lienzo. Y en el centro exacto del plano un eje de ordenadas. Ahora es el hombre muerto el que está velando a las tres mujeres; ellas, de cansancio, se han dormido. En la ventana se ve el sol,  que comienza a salir.

         El padre debe comentarle el cuadro al niño. No puede decirle toda la verdad; y, entonces se inventa una historia. Le recuerda la última obra de teatro en la sala de actos. El niño comprende que uno de los personajes parecía haber muerto. Pero eso era un juego para conquistar a la más bella (Helena). <<De hecho>> -dice el padre- <<era un juego dentro de otro juego, ¿o no crees que la representación que hicisteis se parece a un juego?>>. El hijo asiente y dice: <<pasa igual que con ese cuadro, el hombre tiene como una sonrisa escondida, parece como si estuviera fingiendo su muerte>>.

 

         Quien más y quien menos ha visto la escena de un crimen. La palabra “crimen” tiene una fuerza que se imprime a toda la escena. La palabra crimen no puede ser trasladada a una obra de arte. Ni la palabra homicidio. En ese cuadro que hemos descrito no aparece la palabra crimen. Esa palabra no es literaria. El héroe no cometía ningún crimen. El crimen puede ser justificado, pero sigue siendo un crimen. El crimen es una forma de matar. Es una forma horrible de matar, antiestética. El crimen es la dicotomía de la justicia. El héroe parece que actúa por justicia. El héroe no está impulsado a matar, no se arrepiente. No se siente impío. El héroe es un símbolo, lo que recordamos de él sobre todo es su nombre. Y la extensión de su azaña  mortal es una extensión nominal; no mata a a la persona, mata al símbolo. Por tanto la muerte no ha sido decidida por él en tanto que individuo, sino como representante de una idea. La tipicidad es siempre la misma, y la antijuricidad; pero la culpabilidad es un paso más en el proceso. Las “manchas” de sangre en el sofá, en el lugar de los hechos en el que se ha llevado a cabo el crimen, son irreconciliables con lo  bello. Tampoco hay solemnidad, aunque también en el piso precintado se ha detenido el tiempo. Pero ese tiempo aquí está vacío, nos remitimos siempre al tiempo exacto del acto depredatorio. Fue el mismo lugar donde hubo una fiesta, pero ya nunca será ese lugar. En el cuadro de las tres plañideras si que hay solemnidad, aunque el cadáver tenga aspecto irónico. Sin embargo resultó ser que el cadáver del cuadro fue asesinado en aquel sofá. El pintor ha hecho justicia, el que le mató no (todo ello es un intento de síntesis de la justicia vertical del Eutifrión como acto bello, y su otra cara, la culpabilidad descendente y por tanto continua terrenalmente –Paul Ricoeur- para lo que ayuda, el contraste del mito –en este caso la Belleza del héroe- de donde parte el símbolo de lo sucio, de lo feo (y con recuerdo de San Agustín), para terminar con Gadamer y su obligación heideggeriana de llegar al lenguaje esencial y solemne, en contraposición a la disgregación).

 

 

 

B)   La otra mirada:

 

Sigamos con el cuadro. Hay algo en la escena del féretro que lo distingue de la escena del crimen. Hemos dicho que aquella tiene belleza, auque haya un cadáver, aunque haya un féretro, aunque las tres plañideras no sean muy agraciadas. El cuadro parece una representación teatral. Ahí, y solo ahí, como diría Heidegger, podemos intuir la sonrisa del hombre. Podemos apreciar el sometimiento –kierkegaardiano- de las mujeres. Parece como en el sueño (en el otro lado, Fedón). La sonrisa del muerto nos delata una ironía vital. El llanto cansado de las mujeres, nos delata su sueño nos delata la irrealización espacio-temporal de la sala (la técnica del Fedón). La plañidera, por definición, es falsa. Y el pintor ha puesto el sol en el Este, cerca del cadaver (no podía ir en el otro lado del cuadro, el lienzo no lo permitía: Gadamer. Y cada noche que el escritor se ve muerto en el cuadro, eso le reconforta; ello es innegable (científicamente). Entonces se da cuenta el autor que ésta era su mejor obra. Se acuerda de sus comienzos, en los que comprendió que había nacido para pintar, sólo necesitaba tiempo (debía justificárselo primero y, luego hacerlo: Teeteto-Fedón). Sabía, sin que nadie se lo hubiera enseñado, como se lograban los colores compuestos, y sabía desde niño cuales eran los colores puros (la comprensión de la participación de la Idea como justificación de la reminiscencia). Luego pudo comprender que esas  mezclas atípicas, cuyo producto era desconocido, y al que solo llegaba él, podían hacerse por cualquiera que supiera el correspondiente algoritmo. Ahora interpretaba que  todo aquel juego sólo había servido para llegar a este último cuadro (las matemáticas como el comienzo de la purificación).

         Y ahora, ante el cuadro, recapitulaba todo la extensión de su obra. Comprendía que aquellos rasgos perfectos que en ocasiones conseguía en sus lienzos, en los primeros momentos de su carrera, no habían sido aprendidos, puesto que nadie se los enseñó; era algo que estaba en él, no necesitaba aprenderlo. También ahora –recordando a Menón- opinaba que si esa destreza no hubiera sido suya nadie se la hubiera podido enseñar; y es que cuando pintaba, en sus principios, no lo hacía con la cabeza, lo hacía con la ayuda de Éros. Y cuando había probado a reproducir una obra nunca conseguía la perfección (el no sabía pintar, el solo pintaba). Y sin embargo ahora se daba cuenta de cual era el objetivo que había perseguido toda su obra: era aquel cuadro, y sabía que en aquellos tiempos hubiera sido incapaz de pintarlo. Vio de golpe que el eje matemático de sus sueños, estaba señalado con números cuya posición era paralela al eje; comprendió entonces que, en el sueño, el plano seguía siendo correcto, pero el eje absurdo; aquel eje era el de abscisas: todo lo que sabía de niño en cuanto a colores estaba en su recuerdo (la interpretación de esto puede ser que, al haber desaparecido el límite que separaba a las plañideras del cadáver, la continuidad muerte-vida, supone la reminiscencia de aquella técnica artística).

 

 

 

C)  La simetría:

 

El apartado anterior lo hemos intitulado “La otra mirada”. Dicha mirada ocasiona dos planos simétricos. Sólo un hombre que ya no puede más seguir dentro de él, no se encuentra fuera de él (paradoja). Por el contrario, esa búsqueda se traslada a la observación objetiva de la realidad, al estilo socrático. Y, al contrario, es evidente que los que dicen no entender a este hombre, separan,  perfectamente, la salud del dinero, y éstos del amor (aunque en algunos casos el dinero se convierta en la “unidad múltiple”). El fútbol y el trabajo son, para ellos, unidades independientes. La locura, la muerte, y el dolor físico, a su vez, constituyen problemas a solventar con metodologías distintas. Nunca es posible saberlo, pero por sus palabras, parece que dichas cuestiones están en una relación horizontal, ya que la manía obsesiva está mal vista.

Es por ello, que el diálogo, en infinidad de ocasiones se hace violento. Una violencia que lo destroza, lo parte en pedazos (lo disgrega, Menón). Y el otro hombre se siente mal, ve a su interlocutor desencajado. En esos momentos todo comienza a relajarse al comentar la última noticia científica. Todo, luego, sigue por los derroteros de la erudición, parece como si comenzaran a habla el mismo lenguaje. El hombre violento ahora si cree que puede aprender algo. Al final está convencido que no puede aprender nada. El otro hombre llega a casa y debe darse, urgentemente, una ducha a presión (purificativa). Observa, mientras va limpiándose, que por los orificios del surtidor caen caños minúsculos que forman un todo, a modo de unidad múltiple. Sin más, vuelve a dejar que el agua le purifique, fresca, limpia, clara; y entonces se siente Bien. Mientras le cae el agua en esa tarde cálida de primavera, donde se oye a las cigarras, observa por el ventanuco abierto (estamos en una zona rural), y a través del agua divisa, bella, la era; y poco más allá a Platero, tierno (queremos decir que en todo acto de belleza nos llega suave una ternura que nos recuerda al Bien).

 

 

 

D)  El mal:

 

En el campo de la criminología, Lombroso decía que las formas del cuerpo nos adelantan su potencia criminal. Sin embargo en la actualidad parece que todo es un juego social. La postura ecléctica utilizó el modelo de la bacteria, que necesita, para su actividad perniciosa, un caldo de cultivo (la sociedad). Aún así, en ocasiones, caemos en la tentación de indicar a personas o familias como mejores que otras; y lo que es más relevante, dentro de estas últimas familias diferenciamos a alguno de sus miembros, como individuo ajeno a ella, por su nobleza.

Dicha individualización parece que debe tener un carácter óntico, el mismo que el que sirve de soporte a la mancha del resto de la familia (algo parecido, en otro aspecto, al caso de Ánito) Es decir, esa individualización-transmisión de la culpabilidad, nos hace “ver” algo similar a la transmisión de la energía (en este caso moral), solo eludible por aquel individuo especial (según “La enfermedad mortal”, el que tiene fe. Pues bien, ese estigma es insostenible democráticamente. La defensa de los derechos subjetivos, en tanto que plurales, requiere para su eficacia un lenguaje, eso, eficaz ante los votantes. Los méritos están mal vistos, porque desde Ortega ya nadie debe salirse del todo si quiere salir bien en la foto (con cara de bueno). Precisamente en esto se produce algo paradójico: cuando alguien toma una decisión no muy habitual, todos los que le rodean –irracionalmente- reaccionan contra ese acto de libertad. Como la fábula que me contaron, en la que en un momento, lo que le molesta al personaje equivocado, no es tanto que se vaya el vecino a vivir al campo, cuanto que le pida le sea devuelto el espejo prestado, pues en el cortijo donde acudirá no hay espejos. La paradoja, como decía, radica en que, ante la posibilidad de que se esté confundiendo lo legal con lo justo, o lo legal con lo legítimo, las reacciones normales procuran una conservación de lo medio, como soporte del todo. Así el que quiere pasear tranquilo el resto de su vida, o prentende otra belleza, o bien decide irse de la empresa a la filosofía, está poniendo en tela de juicio la aptitud ética (no, como debería ser, la actitud ética). Cuentan la historia de un hombre de éstos, que al no poder ser juzgado oficialmente, porque legalmente no existía competencia jurisdiccional para este tipo de acciones, se constituyó un Jurado en su comunidad de propietarios y le condenaron a que no abandonara ese bloque de pisos. A las dos semanas el hombre murió. Un artista dijo que el hombre murió de fealdad.

En ocasiones no hace falta juicio, el poder de la palabra es brutalen Gorgias, todos menos Sócrates- .Normalmente la normalidad tiene un carácter lingüístico de lo más persuasivo: su menasaje es piadoso y la solución que siempre proponen es sensible. Normalmente el consejo es aceptado, ya que se basa en ejemplos fáciles, de la experiencia en la vida cotidiana (recordemos aquí el primer nivel –pseudoepistemológico- del Teeteto; y, además, la balanza evidentemente siempre se inclina más ante la sobrevivencia, que ante la muerte. De la sobremuerte ni hablemos. Eso si, tampoco se trata de que la solidaridad llegue hasta tal extremo que no sea posible la propiedad privada, ni el erotismo de la competencia. Por ejemplo no se permitiría que uno prefiera ser lesionado antes que lesionar (Gorgias) , y en la Constitución está establecido que el acusado tiene derecho a mentir (debe ser para salvarse), de la pena claro). Y eso es porque eso del juicio final suena a un cuento cutre, y sobre el orfismo cualquiera de nosotros pensaba hasta hace poco que se trataba de un deporte de agua. Por tanto las leyes establecen lo que está bien, aunque esté mal, o lo que está mal aunque esté bien. Y por tanto la sensación interior de culpabilidad, y de necesidad de mejoría puede quedar abortada con la nueva publicación del BOE; o, sin ir tan lejos, del BOP. El pecado se ha positivizado, en términos jurídicos. Dice la gente que un buen abogado puede conseguir la absolución del pecado. Ahora ya Dios no es necesario (Ricoeur; Kierkegaard), por tanto el pecado es un concepto dinámico, parecido a un bailarín. El bailarín tiene tiempo de adapatarse a la pieza antes de que termine;  y es que hay tantas notas en la pieza... (pero ya nadie sabe lo que es una Nota; o una idea). Ya no importa ser noble, ni importa que este escrito sea justo, ni tan siquiera si lo he hecho yo, lo que importa es pronunciar perfectamente un idioma, y ser rápido. Si eres así, no te preocupes que alguien te absolverá. Y eso es porque cualquiera que no sepa de criminología puede pensar que las manchas aquellas que mencionábamos, de sangre (como las de líquido vaginal) se lavan, y uno puede volver a estrenar la americana última de Emidio Tucci. Pero, como digo, no saben que existen restos de ADN que jamás se borran. Aunque todos los especialistas de la policía científica desaparecieran, o el propio proceso se extinguiera para siempre de la faz de esta cavidad –Fedón- de la tierra, el ADN del crimen no desaparecería; la culpabilidad iría siempre en esa flamante americana. El problema consistiría en  que  si el autor –debido a su desorden moral, enfermara prontamente, como opinaban los griegos- y alguien la heredara (la americana) podría ser confundido –y condenado- como autor de los hechos, por ser portador” de la misma.

Sin embargo lo interesante sería, en este gracioso caso práctico, comprender la sentencia “a posteriori”. ¿Cómo había sido posible una injusticia así?. Solo cabrían dos respuestas, excluyentes entre si: que la justicia no existe (y sólo la convención legal; concretamente la Ley de Enjuiciamiento Criminal); o bien que nosotros no entendemos esta forma de justicia. Y si no la entendemos, no será porque no sean explícitos los términos de dicha LECr., ni porque la misma no defina bien los mismos (y vele en todo momento por la dialéctica procesal adecuada). Por tanto, deben ser otros términos, que no son conceptuales, pero que el concepto se ha encargado de borrar (esto nos remite al acto fundacional, núcleo de la hermenéutica continental; y a “Finitud y culpabilidad”; y, tangencialmente, al Cratilo; y, como no, a la “fidelidad narrativa” de Schelling). Por eso, como Raskolnikof, el asesino siempre vuelve al lugar del crimen, por si hubiera olvidado algo. La policía le está esperando, sabe quien es, sólo debe esperar para cofirmarlo; la policía sabe que regresará al lugar del crimen.

 

 

 

E)    Los límites de la cosa son cosas:

 

Vaya por delante que una cosa como aquel cuadro del que hemos hablado puede describir las cosas, pero las cosas no pueden describir que es eso que nunca hemos visto fuera del cuadro y que nadie duda que estaba allí; y que estaba allí con más fuerza que nada (Heidegger). E, insistimos, aquel cuadro también era una cosa.

Siendo así entonces, podemos hacer la siguiente descripción: los límites de una cosa, por ejemplo, la primera y la última página de mi libro, son cosas que sirven para centrar otra cosa, el resto de las páginas. Por tanto aquello que conecta con la cosa, bien puede ser una cosa.

En esa noción de cosa, nada impide que definamos el lenguaje (o a su hablante) como una cosa, que conecta con la cosa dicha. Así vemos que la Naturaleza tiene inteligencia, que la cosa te habla a ti, como el cuadro. De esta manera eliminamos el problema de la corrección (Cratilo). De lo contrario Protágoras tendría razón dentro de la convención. De la otra forma ya podemos adentrarnos en el apasionante camino de la corrección (la verdadera corrección nombre-cosa), pues el lenguaje es algo natural.

Sin embargo aquí si que se produce un desdoblamiento, por lo menos aparente, entre la hermenéutica continental y Platón: éste cuestiona la identidad conocimiento-lenguaje. Suponemos que este sentido no es otro que lo que tendrá que ver con la dialéctica. Si se me permite el siguiente gráfico, en Platón la dialéctica es ascendente; en Gadamer es horizontal. Pero las dos son necesarias para el juicio órfico. Veámoslo: imaginemos el eje de coordenadas, formado por el eje de ordenadas (el vertical) y aquel eje de abscisas –el horizontal- que había visto en sueños el escritor. Recordemos ahora la aplicación de la Justicia en términos relativos (se le pide a alguien, para ascender en la próxima existencia terrenal, que se obligue a ser quien es, no más, no necesariamente un filosófo si después de conocerse al mismo ha descubierto que no podía serlo). Ahora bien, ese “conócete a ti mismo” implica un progreso ascendente, pero dicha ascensión debe ir necesariamente en función de su lugar que ocupa en la polis. Es decir, que depende de su lugar en el eje horizontal (el de Gadamer) deberá ascender más (cuanto más a la izquierda esté en ese eje, cuanto más cerca de la unidad esté su alma), y menos en el caso contrario. Ahora bien, antes de hacer el esfuerzo de ascensión deberá hacer el esfuerzo horizontal (es decir situarse hermenéuticamente en su lugar en función de su interrelación con los demás y en busca de la esencialidad del lenguaje), para luego ascender en función de esa posición horizontal. Todo ello, por tanto conseguiría una especie de escalera de Jacob, ya que cuanto más cerca se estuviera de la unidad del eje de abcisas, más alto se debería ascender, y cuanto más a la derecha menos se ascendería. Por tanto se irían formando rectángulos desde el eje vertical (los primeros más altos y más estrechos, estando basados en su lado menor; los inmediatos cada vez menos altos y más anchos, y también éstos en la misma posición; hasta llegar a los últimos que serían rectángulos pero apoyados por su lado mayor. Eso significaría que para que el enjuiciamiento último no condenara, el imputado debería haber llegado aproximadamente al vértice derecho superior de su rectángulo. Siguiendo con una línea todos los puntos en cuestión, iríamos ascendiendo esa escalera -situada en la zona “por donde sale el sol” –según aquel cuadro- (el plano derecho superior del eje de coordenadas)- mediante la reencarnación.

 

El filósofo sin embargo ya no debería hacer el esfuerzo de la situación esencial del lenguaje histórico (y su posición en el eje de abscisas tendería a “1”). Por tanto el lenguaje al que se dedicaría su dialéctica sería otro. En ese ascenso la esencialidad histórica no jugaría ningún papel. El lenguaje en el eje vertical, tendería a su propia anulación en función de un nuevo lenguaje, siendo uno de los últimos el matemático (Teeteto), del que está hecho el propio eje de coordenadas (y por tanto los cuatro planos, que no son sino infinitos puntos pares e impares, racionales e irracionales). En esa irracionalidad se llegaría a comprender la belleza de las matemáticas irracionales para pasar a la unidad de la multiplicidad, una especie de número ecléctico, perfecto. Vemos pues por qué cuando Platón cuestiona la relación conocimiento-lenguaje, lo que quiere decir, es que el esfuerzo del alma es doble (llegar a la esencialidad del lenguaje, como Gadamer, pero, sobre todo, llegar a la transformación del lenguaje). La pista que da la hermenéutica continental con la fundación poética en el origen, nos está apuntando que se trata de hacer lo mismo en el eje de ordenadas (el vertical) pero con una particularidad, que aquí la intención será que la fundación del lenguaje suponga la autodestrucción progresiva del mismo.

 

Con esta ficción que yo me invento, como si fuera una IDEA ESTÉTICA (si bien decir esto es hacer desaparecer la idea estética), superaríamos también “lo que Heidegger le hubiera dicho a Platón”: incluso para tu metafísica necesitas un lenguaje. Pero es que de aquella manera todo cuadra. Ese doble material del ser terrenal (ese ser horizontal) dispone de un lenguaje que no interfiere, con su propia transformación, en principio, sino que cada uno de aquellos puntos del plano superior-derecho (referentes de la escalera) son aporías del lenguaje (lenguajes mixtos), y en ello consiste la dialéctica, que, como se ve, siempre es ascendente (es decir la dialéctica de Gadamer lo es en función de la otra, la vertical; y creo, humildemente que ahí es donde se produce el encuentro entre los dos lenguajes que ocupan la obra de arte (“la tierra” y “el mundo del ser” que decía Heidegger). Es decir la superioridad de las Ciencias del Espíritu que dice Gadamer, creo humildemente que tiene que ver, no suficientemente con el lugar que consigue el hermeneuta (en esa línea horizontal) sino su adecuación en la misma y en función de la dialéctica ascendente. Por eso Gadamer habla de Platón, como paradigma. Creo que Gadamer, por lo dicho, necesita a Platón, que se encuentra en el eje de ordenadas; y Platón hubiera necesitado a Gadamer, que se encuentra en el eje de abscisas. A esa fusión podríamos denominarla la Hermenéutica erótica. Igual se pondrá de moda, a partir de ahora, porque la palabra tiene gancho. Y hablando de gancho, y para terminar con este juego (el del Cratilo), claro que hay palabras que tienen gancho por si solas, aquellas utilizadas por quien está bien situado en esa hermenéutica horizontal. Pero, insisto, esa magia de la palabra proviene de que toda construcción del lenguaje histórico no fue si no en función, como he dicho, de su participación en su propia destrucción; dicho de otra forma, en función de cómo esa fundación participaba a su vez de la Idea y de la cosa; o dicho de otra segunda mejor forma: de cómo al participar la cosa de la Idea y ser la fundación poético-lingüística algo en función de la ascensión hacia la Idea, el lenguaje no solo se correspondía con la cosa sino que la delimitaba (es decir el lenguaje era la morada –demasiado amplia- para la pequeña cosa), y ahí si que acertó Martin Heidegger.

 

 

 

F)   Cuando hablamos de extensión nunca pensamos que sea pendiente:

 

Llegamos al final del camino (no tenemos más tiempo). Pero se nos había quedado, en el párrafo anterior, algo que podría ser una opinión verdadera, pues la apunté urgente, antes de que se me volviera a ir. Pero fuera lo que fuera no estaba justificada. Ahora la justificaremos. Pero antes de eso: a veces la prueba del delirio, es que el que delira ni tan siquiera tiene la meticulosidad del Quijote, es decir ni tan siquiera cae en la cuenta que ha delirado. Por tanto podría darse el caso de que ese delirio (Hermenéutica erótica), lo fuera en sentido estricto. Lo único que puedo decir entonces, es que eso es imposible, pues todo acto de delirio debe ser de percepción, y cuando estamos ante la sensibilidad interna y el objeto percibido es un concepto, entonces todo vale, como en el eros (valga ahora el juego jocoso de palabras). Es decir, mediante la percepción externa podemos ver el letrero de “Hermenéutica erótica” en una casa, por ejemplo de citas, y ser una ilusión. Pero si la vía de conocimiento de ese concepto –no pudiéramos negar que-  fue la vía de los sentidos internos, entonces, en tanto que concepto, impide cualquier diagnóstico médico-científico de trastorno, a no ser que quieran ahora  definir de nuevo, el sentido de  las enfermedades de la ficción. De esta manera ya hemos consumido el innecesario –por largo, a esta alturas- comienzo epistemológico –valga la contradicción- del Teeteto.

Después de este interludio, volvemos con más fuerza a lo que quedó atrapado, como hemos dicho, en el anterior párrafo: ¿por qué “erótica”?. Pues porque la “Hermenéutica de la muerte”, en tanto que hermenéutica no socrática, no nos sirve. Y no nos sirve por dos razones: es excesiva (y solo por eso no bella); pero sobre todo porque, insistimos por última vez, el lenguaje es el rostro doble de la idea, a mi juicio, por los fundamentos ya dados más arriba. No estamos hablando de saber, estamos hablando, como máximo de opinión verdadera con razón.

         En esa intersección cósmico-lingüística, en esa dualidad unida, el lenguaje tiene que ser necesariamente erótico: no es total ignorancia, porque la línea deabscisas tiene mucha parte izquierda –iba a decir, ¡perdón!, “mano izquierda”, como la gente de los negocios, a los que, con una actualidad solo propia de la magia hermenéutica, (del amor en la distancia), dice, muchos años después del Banquete, Apolodoro, concretamente a un amigo dedicado a los negocios: “Pero cuando oigo otros [discursos], especialmente los vuestros, los de los ricos y hombres de negocios, personalmente me aburro y siento compasión por vosotros, mis amigos, porque creéis hacer algo importante cuando en realidad no estáis haciendo nada. Posiblemente vosotros, por el contrario, pensáis que soy un desgraciado, y creo que tenéis razón; pero yo no es que lo crea de vosotros, sino que sé muy bien que lo sois”.

Antes hemos justificado porque no era total ignorancia. Pero tampoco es total conocimiento, es una mezcla, como antes se ha dicho. Pero ahora también se acaba de decir: con esta cita del, según Gredos, el mejor diálogo platónico: véase –aunque ya se habrá visto- que se dice “vosotros (...) pensáis que soy un desgraciado, y creo que tenéis razón, pero yo no es que lo crea de vosotros, sino que se muy bien...”: vemos como se mezcla en el todo del lenguaje creo/se, y como se le otorga al creo la razón (no dialéctica, porque es Apolodoro el que es socrático, y no su amigo, el de los negocios), y al “sé” el bien, el “muy bien” (el Bien). Y al principio cómo se contrapone “realidad” (la idea es real) con el previo “creeis”.

 

          Hemos visto entonces que de lo que se trata cuando de adivinar se trata, sería solo de adivinar la posición que uno debe ocupar en la apariencia, no como uno debe transformarse realmente, que eso vendría por añadidura.

 

         Por lo dicho la extensión (necesariamente temporal, como lugar común) que distingue la gran superficie del retrato del filósofo de los que no deben serlo, hemos dicho con toda intención, en el título de este apartado, que era empinada. Empinada no es vertical, ni tampoco horizontal. Nos explicaremos: la extensión que debe considerar el filósofo para tomar cualquier decisión debe pasar por aquella recta, a la que antes me referí, integrada por todos y cada uno de los puntos que suponen vértices  superiores y externos de los referidos escalones, pues el filósofo debe tener en cuenta la preexistencia del alma, y, por ende, que en otras existencias ocupó una posición distinta en el eje de abscisas.  Y en la posición actual del filósofo éste tendrá en cuenta cuál es su posición terrenal (horizontal) para delimitar la extensión a lo alto. Tal vez la buena dialéctica facilitaría el cálculo de esa extensión, ya que la línea recta sólo necesita dos puntos; es decir: sabiendo lo que un artesano de tal fecha debió ascender mediante el acercamiento hacia la idea, podría el filósofo calcular el límite de su muerte: sería aquel punto necesario para que la línea siguiera siendo recta cuando pasara por la zona cercana al “1” de abscisas. Lo contrario a esto es la Etica a Nicómaco.

 

         Por tanto en ese desgarro por aunar los dos sentidos del lenguaje (el negativo y el positivo; lo común y lo distinto) se producen los dolores del parto (Teeteto). El dialéctico enseña con amor ese desgarro. Pero el llanto no solo viene por esfuerzo sino también por nostalgia (Banquete). Ahora el hombre se da cuenta que debe dejar de medir, porque si él también está medido en ese eje de coordenadas, todo está medido aunque el no lo mida. Es estúpido seguir midiendo. El propio nombre hombre-medida es estúpido, tal vez como Protágoras. .

         Pero claro, hoy en día la prisa está muy valorada, precisamente porque en ese eje horizontal no cuesta trabajo moverse, es plano. Otra cosa sería el eje vertical, donde cuelga el cuadro del filósofo, que resulta muy decorativo, recuerda a la Virgen de Murillo.

 

         La conclusión  a la que quiero llegar tratando al Platón religioso mediante una idea estética (el Platón geómetra), es que para comparar, uno debe distanciarse, y ver ese eje de coordenadas. En ese eje de coordenadas, la línea recta inclinada que parte del eje hermenéutico y se dirige hacia el eje de ordenadas (el vertical) es la relativización del nacimiento (Fedón). El punto donde se encuentran el “1” de abscisas con el nivel dialéctico del eje vertical es el momento de la muerte del verdadero filósofo (el sol todavía no ha pasado el eje de ordenadas, estamos cerca del mediodía del Fedro). Y el alma que razona para saberse inmortal es el claro ejemplo del eje de coordenadas (el lenguaje como morada del ser en el eje horizontal en función del ser del eje vertical). El Eros se encontraría ocupando todo el plano derecho superior ocasionado por el eje de coordenadas, tocando tanto al eje de abscisas cuanto a la parte superior de dicho plano. El Tánathos, en el Nord-Este de dicho plano.

 

         No voy a cansar más con esta idea estética. Tal vez en este diálogo conmigo misma, no hay demasiado amor (a no ser que la geometría pueda considerarse bella, sobre todo sin dibujar el modelo). Pero si que hay Amor, amor a esa idea; por eso la intento justificar geométricamente. Es un cerrar los ojos y ver que el lenguaje soporta la máxima esencialidad (incluso la geométrica). En esa fuerza esencial del lenguaje, que permitirá el paso a otros lenguajes más esenciales, hasta la propia desintegración de la esencia lingüística (quedando solo la esencia), en ello está la verdad, y la belleza. La racionalidad matemática se irracionaliza, y aquel punto indicado como límite de la muerte, como vemos, no está en ninguno de los dos ejes, está en el plano, y ahora comprendemos, en lo blanco del plano, que existía el eje porque existía el plano (el Bien): es el plano el que ha dado la medida del eje (siempre Teeteto). Cuando nos sentimos bien, no existen ejes, solo planos.

 

         Es en esa forma que entendemos mejor lo inexplicable. Debemos caer en la cuenta que lo que yo he inventado es un mito, el mito del Eje de coordenadas y la Escalera. El logos numérico-geométrico solo ha sido un encantamiento. Téngase en cuenta que el personaje del cuadro del principio, el cadáver que estaban velando, y que había sido pintado por dicho cadáver cuando estaba vivo, no era pintor, en todo momento se ha dicho que era escritor. En cualquier caso: lo que se ha producido es que la idea estética de los ejes, ha resultado mítica. Y lo que se ha venido diciendo aquí con los dichosos ejes, se puede sintetizar, con el curso de la Asignatura, en que: “si el diálogo de Platón es mito realizado, la hermenéutica del mito realizado tiene que tener en cuenta el análisis estético”.

 

         Cuál era el propósito del plano de coordenadas y de este trabajo: pues irrealizar la vida (Fedón), para sumergirnos en lo invisible. De hecho lo geométrico no existe cuando damos una vuelta por el parque. Estábamos, con Husserl, negando la geometría, porque nos imaginábamos subiendo por las escaleras del Tribunal divino (los rectángulos del plano se habían convertido en escaleras). Y el sol salía por el plano superior-derecho (esto es una verdadera irrealización del espacio, pues cuando nos damos cuenta nuestro espacio habitual está integrando a un espacio desconocido. Por otra parte, en cuanto al tiempo, la única forma que tengo de irrealizarlo –en función de saltar al otro lado de la línea mortal- como digo, la única forma que tengo de irrealizarlo en el acotamiento que supone este escrito, es recurriendo sucesivamente a algo que además es representado, y cuya representación es la muerte del filósofo, pero sobre todo que se habló de ello hace ya muchas páginas (el cuadro de las plañideras). Además, el contenido no es baladí: el escritor se ve en el cuadro, ya fallecido (el cadáver de un pintor): lógica reminiscente, si se me permite.

        

         Se ha querido indicar también, mediante el mito geométrico (valga la cotradicción histórica) que en ese proceso de esencialización vertical del lenguaje, garantizamos la tendencia a algo que en potencia –mientras esté en el cuerpo- es, y luego será en acto, simple (más que las matemáticas), e inmutable (como las matemáticas, o la ausencia de esos contenidos lingüísticos que has sido sacrificados); por tanto ese algo, que es el alma, es inmortal, porque su camino dialéctico es hacia la concentración, el Fedón. .

 

         Termino esta conmoción erótica; mejor dicho, esta manía poético-matemática, entendiéndola principalmente como un diálogo conmigo mismo, en el sentido de haber hecho un guiño (y por tanto ya no lo es), un guiño en el sentido de haber mostrado como la idea estética puede describir la cosa científica, pero no inversamente. Por tanto mi intención no ha sido otra que estudiar a Platón en la dirección del curso, forzando -solo posible estéticamente- la unidad doble (hermenéutica) de Platón y Gadamer, hasta el punto de llegar a su esencia más “geométrica”. La dialéctica la dejaremos para otra conferencia.      

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