¿QUÉ ES EL ASESORAMIENTO FILOSÓFICO?

Publicado en por juangaleraalvarez

 

 

 

 

 

         PRÓLOGO

 

 

         En la actualidad la demanda de este tipo de asesoramiento, tanto para problemas personales (emocionales, intelectuales, etc.) como para instituciones (políticas, administrativas, penitenciarias...) así como en el mundo empresarial (no solo desde la empresa en tanto que empresa, sino también individualizadamente aplicado a los altos cargos o cada uno de los empleados) está siendo cada día más alta.

 

         Cada día más, el número de esta clase de gabinetes aumenta progresivamente y se extiende de una forma rápida tanto en los Estados Unidos, como en Europa. En España existen diversos despachos de esta naturaleza, legalmente constituidos, y la mayoría se concentran en las ciudades de Madrid y Barcelona.

 

         Este tipo de servicio está emergiendo con gran rapidez de demanda debido tanto al fracaso o la no suficiente eficacia de otras profesiones por si mismas, profesiones hasta ahora dedicadas a aquella demanda, como a algo que aporta el filósofo que no puede ser contemplado por otro tipo de profesional. Precisamente este libro va a tratar concretamente de ello: ¿Qué es lo que ofrece el filósofo que no pueda ofrecer, en el asesoramiento, o en la terapia, cualquier otro tipo de profesional?

 

         El libro será dividido en distintas partes bien diferenciadas aunque interrelacionadas necesariamente entre si. En el Capítulo 1 se expondrá la estructura de esta forma de actividad, desarrollando en los próximos  capítulos cada uno de los pilares que conforman dicha estructura como si fueran uno solo. En otro capítulo se establecerá el nexo común de todo lo anterior a fin de conseguir una comprensión nítida de lo que supone el verdadero asesoramiento filosófico. En cada capítulo se ilustrará la teoría con ejemplos prácticos y con ilustraciones gráficas que hagan más evidente la teoría. Los últimos capítulos estarán dedicados a cada grupo de cuestiones problemáticas (personales; empresariales, etc.). Además, algunos capítulos estarán integrados por apartados concretos dedicados a elementos tanto centrales como funcionales que esclarezcan el verdadero objeto capitular.

 

 

 

 

 

 

 

         Capítulo 1.- EN EL ASESORAMIENTO FILOSÓFICO SUS TRES CRITERIOS SE CONVIERTEN EN UNO.

 

        

 

A nuestro juicio el asesoramiento filosófico descansa en tres pilares, y solamente en tres, que actúan entre sí como vasos comunicantes. A dichos basamentos los denominaremos: 1) LA PROFUNDIDAD; 2)  LA TOTALIDAD; 3) LA ESENCIA. Veamos un resumido contenido de cada uno en relación con la demanda del cliente o persona necesitada de este servicio.

 

1.- PROFUNDIDAD: La mayor parte de los problemas que acucian, que angustian, en fin, que producen el sufrimiento de alguien, o el fracaso de un proyecto, se nos presentan claramente; pero no somos capaces de advertir que la solución no está en lo que estamos presenciando. El error que cometemos proviene de la no diferenciación entre la apariencia (lo que aparece en la superficie) y la trama profunda que no se deja ver, y que, de una manera directa o indirectamente es la verdadera causa o conjunto de circunstancias que han ido desarrollando lentamente ese problema latente hasta llevarlo a aquella superficie (normalmente engañosa para la resolución del problema). De lo contrario lo que nos angustia o lo que nos preocupa resolver sería resuelto en poco espacio de tiempo, pues la solución sería tan obvia, tan evidente, como el problema.

 

2.- TOTALIDAD: Hoy en día la especialización se ha convertido en una realidad no solo intelectual, sino también profesional y, en consecuencia social (y, por ende personal). Estamos acostumbrados a observar los acontecimientos que ocurren a nuestro alrededor, las personas con las que nos relacionamos, y los hechos en general, uno por uno, aisladamente, sin relación entre ellos.

         De tal manera esto ocurre que ante cualquier anomalía, o ante cualquier problema, tendemos a identificarlo en tanto que él mismo, que ese mismo problema en cuanto a como se nos muestra aisladamente. Lo que lógicamente significa que el resto de hechos que nos rodean, en principio, no deberían tener relación con la situación problemática. Gran error. 

         Como máximo ante una situación conflictiva barajamos las circunstancias inmediatas a la cuestión que nos preocupa, pero no caemos en la cuenta de otras circunstancias más distantes, más alejadas (que llamaremos a partir de ahora circunstancias indirectas) que están incidiendo también en la aparente causa o causas directas del problema. Y mucho menos abordamos por lo general nuestro problema comprendiéndolo dentro de la totalidad de nuestro entorno, de nuestro mundo, en fin, de nuestra vida. Si bien en el anterior apartado hablamos de causas invisibles pero reales, ahora estamos hablando de causas visibles pero alejadas.

 

            Ese enfoque sobre el hecho desestabilizador, observándolo de una forma aislada, es, insistimos, simplemente erróneo. Precisamente, el hecho de que algo nos preocupe, o nos lleve a la obsesión, por no encontrar la solución, demuestra por si solo lo erróneo de aquél enfoque. Es decir, si las circunstancias o las causas que están provocando la situación conflictiva fueran solo algunas de las que son (solo las que vemos como inmediatas o cercanas) daríamos enseguida, o a lo sumo en pocas horas, con la solución. Pero el verdadero problema consiste en que nuestra situación problemática está relacionada con una totalidad de causas, que son las que conforman nuestro mundo, nuestra sociedad, incluida nuestra historia personal o nuestro hogar actual. 

 

 

3.- ESENCIA: Normalmente todo conflicto proviene del error, por lo menos, de una de las dos partes; y todo conflicto interno emocional (en una sola persona) proviene también de la incertidumbre que supone encontrar la solución acertada entre varias, en una confusión de desdoblamiento continuo.

 

En definitiva, la forma con la que nos movemos ante nuestras pasiones, nuestros estados anímicos o intelectuales, es mediante las ideas en las que pensamos cuando estamos realizando cualquier cometido de nuestra vida. Es decir no podemos hacer nada si no pensamos lo que estamos haciendo. No podemos identificar nada si no tenemos la idea de lo que estamos identificando (por ejemplo yo estoy viendo un árbol porque se que existe algo a lo que llamamos árbol; en contrapartida, por poner un ejemplo, si yo ando por el bosque y desconozco una planta diminuta que no está en mi vocabulario, muy junta a otras plantas conocidas, probablemente ni me fijaré en ella. Es decir, hay cosas que están incidiendo en mi y mis proyectos que yo no estoy comprendiendo porque el lenguaje que utilizo diariamente siempre es el mismo, simple, reiterativo, insuficiente; en consecuencia: falso. Utilizo palabras que están significando algo distinto a lo que yo considero, por eso el error sigue repitiéndose. Incluso la propia palabra problema puedo estar malinterpretándola.

 

Pero volvamos a la necesidad de la idea, del lenguaje en nuestra vida: nuevo ejemplo: yo pienso que alguien es cruel conmigo porque me viene a la mente la idea de la crueldad de esa persona. Es decir, casi todo lo que decidimos, lo decimos y primero nos lo decimos –aunque esto último sea instantáneo; y lo hacemos mediante el lenguaje, las palabras, en fin, el pensamiento (eso son ideas que pueden quedar en nuestro interior y no comunicarlas, o pueden ser comunicadas; también podemos reflexionar sobre un asunto e intentar comprenderlo, o bien actuar automáticamente sin detenernos en las palabras en las que se apoya el asunto).

 

Cuando estamos angustiados por algo que nos produce una confusión angustiante, hemos comprobado sentirnos mejor cuando alguien nos hace recapacitar que estábamos equivocados en cómo entendíamos la idea (o la palabra que nos habían dicho...) que nos preocupaba. Una vez entendida esa idea, esa palabra; es decir una vez, hemos quitado toda la “suciedad” que tapaba la verdadera esencia de esa palabra o de esa frase que me dijo fulanito, nos sentimos aliviados.

 

Parece ser que hoy en día no tenemos tiempo para pensar en lo que nos ocurre o lo que nos dicen o lo que pensamos. Utilizamos por tanto un lenguaje superficial, erróneo, que nos “llena de vacío”. No existe una verdadera comunicación (no entendemos al otro) incluso demasiado a menudo no nos entendemos a nosotros mismos. Cuando pensamos en ello, estamos pensando con las ideas, con el lenguaje, pero seguimos cometiendo los mismos errores y no encontramos la salida que nos saque de ese malestar, o que haga funcionar nuestros proyectos, sean empresariales o sean conyugales o sean, por ejemplo, políticos (por exponer, solo a modo de ejemplo, distintas preocupaciones interpersonales). ¿Por qué las cosas no cambian si reflexionamos en ellas?. Solo, pues, puede haber una causa: las palabras  (las ideas) que estamos contemplando y utilizando son erróneas; es decir ese no es su verdadero contenido, ese no es su verdadero significado. Por tanto ni nos comprenden ni somos comprendidos, y llegamos así, a no autocomprendernos. Este es el conflicto real.

 

Ese lenguaje que utilizamos para vivir y convivir cada día, es un lenguaje pervertido a lo largo de la historia. Su esencia fue otra, y la historia ha hecho desaparecer lo que significaba verdaderamente, a lo que nosotros colaboramos con nuestra acelerada vida, y con nuestras soluciones inmediatas, prácticas y técnicas. Pero cierto es también que no podemos ni debemos retroceder históricamente yéndonos del aquí y del ahora. El ahora también aporta algo fundamentalmente positivo, y la actual interpretación del lenguaje contribuye también a la verdad.

 

  A lo que nosotros invitamos es a poner en entredicho que hemos pensado detenidamente para comprender el lenguaje que utilizamos para solucionar nuestros conflictos. Sobre todo si la palabra se utiliza aislada del resto de nuestras ideas (sin la totalidad de lo que es nuestro mundo, nuestro pasado personal o las circunstancias de otra persona con la que entramos en conflicto, etc. ). Asimismo esa esencia del lenguaje no puede encontrarse en lo aparente, y eso lo notamos en situaciones en las que, al comprender el verdadero alcance de profundidad de un consejo bien dado, llega entonces, y solo entonces, el alivio, o la idea brillante de un proyecto; en fin, nuestro deseo de cambio.

 

Vemos pues como profundidad, totalidad y esencia pertenecen al único criterio posible de enfoque total ante una cuestión necesitada de solución, de tal manera que lo oculto por la distancia o por la profundidad participan de ese ocultamiento; es más ese todo aparente en definitiva es el mismo todo profundo, pues el todo siempre es el todo. Y también hemos visto como la esencia de las ideas, la esencia del lenguaje mediante el que vemos y sentimos al identificar lo que nos ocurre, no se ha inventado antesdeayer, sino que se esconde en el tiempo y el espacio todo (en el caso del espacio, nadie duda de que existen ideas en un idioma que no pueden existir idénticas en otro). Y volvemos a insistir, que si la verdadera interpretación de las situaciones que nos envuelven tiene que realizarse mediante la verdadera comprensión del lenguaje en su totalidad –histórica y espacial- precisamente para llegar a su pureza, volvemos a hablar del todo histórico y humano en general del lenguaje; y en consecuencia ese todo es el mismo que está en la profundidad del propio lenguaje, escondido bajo la capa superflua que utilizamos cada día con nuestro pobre y reducido lenguaje. Incluso ya muchos de los jóvenes conocen códigos de comunicación telefónica en el que las palabras llegan a amputarse de tal manera, casi como si se pretendiera su desaparición, y solo importara la meta práctica e inmediata que persigue el propósito de la llamada telefónica. Algo parecido a como el uso constante de las calculadoras matemáticas están consiguiendo un déficit de cálculo natural en el alumno. 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 2.- EL ASESORAMIENTO FILOSÓFICO COMO AQUEL PLANTEAMIENTO QUE NO SE FÍA DE LO APARENTE.

 

 

Lo que le incumbe al filósofo (en este caso como ayudante al servicio de su cliente) es la raíz de la cuestión que se le pide resuelva. Permítasenos poner un ejemplo simple, pero cierto, dedicado nuevamente al hecho de ver aquel árbol.

 

Son las raíces de un árbol las que producen lo que vemos (las ramas, los colores, los frutos). El fruto sin embargo no puede producir la raíz (en ese árbol concreto). La raíz no se ve, pero es la generadora de todo lo aparente.

 

Cuando nos consultan un problema que requiere urgentemente de solución, nos fijamos en la escena del problema. Casi nadie cae en la cuenta que tal vez detrás del telón último es donde se encuentra la verdadera causa. O dicho en otros términos, lo que estamos viendo no está siendo bien interpretado, pues lo estamos desgajando de otro sentido, que, al no ser comprendido, nos hace sufrir. De lo contrario no sufriríamos, o no nos paralizaríamos, o no se paralizaría nuestro proyecto.

 

Por poner otro ejemplo, nada ni nadie puede vivir sin sus raíces. No podemos obviar y descartar nuestro pasado, nuestra tierra. Ello tampoco significa que no podamos cambiar, pero no en nuestras raíces, en nuestra esencia, porque llega un momento en que no sabemos qué somos ni qué éramos; en consecuencia, quiénes somos.

 

Toda empresa, todo proyecto tiene su raíz. Incluso la palabra empresa como tal (como idea nueva y distinta) tiene su raíz histórica a lo largo del siglo XIX. ¿Qué valor tiene esa raíz histórica, qué valor tiene hoy el motivo de la creación de aquella idea hace dos siglos?

Vayamos incluso más atrás y, tranquilamente formulémonos una pregunta a primera vista ingenua: en el sistema feudal la unión de personas que trabajaban en conjunto la tierra para producir diversos beneficios para su propio alimento y para el señor ¿era algo mejor asumido que el trabajo actual? ¿Es posible hacer esa afirmación?, ¿hemos pensado en ello?. No sabemos si es posible porque no hemos reflexionado en ello. No sabemos reflexionar si el esclavo  respetaba a su dueño y éste a áquel en el tiempo de los griegos. No sabemos si verdaderamente la “mami” negra de “Lo que el viento se llevó” se sentía más feliz que un empleado actual, no sabemos si esa mami amaba verdaderamente a la señorita, a la protagonista. No hemos pensado en nada de ello. No sabemos si en el origen de la empresa el empresario y el trabajador se identificaban mutuamente como comprometidos en la misma empresa. No hemos profundizado en la raíz del problema. No hemos entendido que las circunstancias actuales son distintas y no hemos conseguido comprender lo que significa en esencia la palabra raíz. El filósofo se da cuenta de que la palabra  raíz no es una simple palabra.

 

 

 

 

Capítulo 3.- EL TIEMPO NECESARIO PARA LA RESOLUCIÓN DEL PROBLEMA

 

A) Al filósofo solo se le contrata porque esta fuera del “no tener tiempo”:

 

Hemos indicado que en ese esfuerzo intelectual que realiza el asesor filosófico para encontrar la verdadera raíz (o la parte de la raíz) que está ocasionando el desasosiego de su cliente, lo denominamos como el criterio de la profundidad. Esta profundidad, como se ha visto, se da en ese esfuerzo de retroceso hasta nuestro pasado pero sin olvidar el criterio de totalidad (es un juego de retroceder sin perder de vista que ahora estamos pisando otro suelo, y que éste de ahora es nuestro verdadero suelo). Y que en ese todo actual cualquier circunstancia es causa o consecuencia de infinitas otras, siendo, por ello, la única forma de enfocar el problema, viéndolo como desde arriba, como un todo; aunque todavía desde esa posición no podamos observar la raíz, por permanecer “debajo de la tierra”.

 

En ese esfuerzo de profundidad necesitamos un tiempo ajeno al propio tiempo del problema, es decir, una demora. Hoy en día nuestro estilo de vida impide a cualquier profesional demorarse. El filósofo, por antonomasia, se ha dedicado a demorarse, a no dar nada por verdadero aunque lo esté viendo de forma inmediata. El filósofo dedica su tiempo a eso, a tener tiempo. Es así como, desde esa contemplación sobre el mundo que nos rodea (o un hogar en su totalidad, o una empresa, paso a paso, persona a persona –interrelacionado todo, formando necesariamente un todo) consigue detectar la verdadera raíz de lo que está sucediendo en el conflicto que se le plantea. Porque el filósofo no hace; solo piensa, contempla sin tiempo; le importa la causa verdadera, la que tapa el tiempo acelerado de la actualidad estresante o el tiempo histórico, o el tiempo de nuestro propio y personal pasado donde quedó suelta una idea, un trauma, una historia mal contada de un antepasado, que mediante el diálogo actual entre el asesor y el cliente, hace surgir algo inesperado, algo a lo que no se había dado importancia, y que es la verdadera culpa de lo que está sucediendo.

 

En conclusión, el asesor en filosofía es más apto para ello, pues se le contrata solo y exclusivamente para que se distancie del tiempo, para que tenga todo el tiempo que quiera, para que no le falte el tiempo necesario para el diagnóstico. Esto es el filósofo, y quien le contrata le contrata al margen del poco tiempo que tiene el contratante. Eso sí, la amortización del contrato supondrá el traspaso del verdadero tiempo, de la verdadera velocidad del tiempo del contratado al contratante; ello, una vez finalizado el contrato, pues la resolución del problema hará ver al contratante que ahora si tiene tiempo. Esto no es un juego de palabras, así es como funciona la vida. Y dicen, permítaseme la frivolidad del ejemplo, que así lo entendía también incluso el gran Napoleón cuando le vestían, lo mismo que otros muchos líderes o genios. 

 

Es decir, el acostumbramiento a no tener tiempo hace que solo el que se dedica a tenerlo lo tenga, para conseguir lo que se le pide. A este hombre que la velocidad del tiempo no le impide una vida contemplativa, se le denomina filósofo. Los demás ya no pueden parar, deben seguir hacia delante. Pero, por ello, necesitan un soporte de contrapeso; ésta es una de las claves del triunfo del asesoramiento filosófico.  

 

Es así, como al distanciarse de esa elevada velocidad con que actúan los agentes actuales, les contempla como un todo que no está viendo nada en sí, solo lo está viendo a una velocidad determinada que deforma las circunstancias. Algo parecido a cuando los menos expertos en grabaciones de video realizan barridas que luego impedirán la visión clara (detenida) de los objetos filmados.

 

En esa distancia filosófica resulta que el filósofo es el único profesional que se puede dedicar a ello; por eso al final, lógicamente, se imagina que debajo de ese todo que está viendo (imaginemos el famoso árbol- luego ya, como se ha dicho, pondremos ejemplos reales; pero ahora, sigamos con el árbol: se trata de verlo ahora desde arriba, como un todo nítido en tanto que todo) e insistimos, es solo entonces cuando el filósofo termina imaginando, induciendo, que debajo de la tierra debe necesariamente de existir una raíz. El filósofo ha tenido tiempo para ver que el fruto dependía de las ramas y del tronco. También ha visto causas alejadas del árbol, como el trabajo o el sol, o la climatología media. Ha tenido tiempo de ver regar por las noches el huerto, y que el agua no ascendía, sino que se filtraba hasta algo que el filósofo, como cualquiera, no veía. Resultó ser que eso que no se veía era la muerte o la vida de esa planta, era su raíz oculta, pero, en ocasiones, más extendida que el propio árbol evidente.

 

 

B) El verdadero lenguaje ante los acontecimientos:

 

Se ha pretendido decir hasta ahora que esa comunión entre el pensamiento profundo fuera del tiempo (del presente o de la velocidad en la que transcurre el tiempo frenético del presente) unida a aquel pensamiento profundo al conjunto total que forman el entorno de un objetivo, termina detectando el verdadero error, o el error en pensar que algo era erróneo.

 

Ahora bien, nos falta aquel último criterio. ¿Es el asesor filosófico quien llega, por todo lo dicho a la verdadera esencia de la cuestión?: sí;  y la ha entendido mediante la verdadera esencia de las ideas circunstanciales que están afectando –ocasionando- el conflicto. Ya dijimos que el conflicto ocurre porque alguien no ha entendido las ideas que le afectan (el lenguaje de los otros o el suyo propio). Defendemos desde ahora que no es la emoción la que produce la idea, sino que es la idea (la palabra bien comprendida) la que produce la emoción. 

 

Con los ejemplos gráficos expuestos hemos querido indicar algo, que creemos que el lector ya está a punto de comprender. Cuando hablamos de la idea de árbol, sabemos que esa idea, o cualquier otra cosa, no es solo lo que vemos; sino que también se compone de lo que no se ve y de lo que está fuera del árbol que ahora estamos viendo (el aire, el trabajo, el sol, la raíz). Es decir el árbol, la idea (o la palabra) árbol, es todo eso y no solo su dibujo. Quien deba comprender la muerte de un árbol, o su belleza viva, debe conocer su raíz, la climatología, el estiércol, incluso el amor del hortelano. De lo contrario el árbol, antes o después; un día, lo encontraremos seco.

 

C) Tres ejemplos reales:

 

Pongamos ahora tal y como hemos prometido, tres ejemplos reales, y vamos a utilizar un tipo de casos que están dentro de los juicios ante los Jueces o Tribunales, con la intención de demostrar que el asesoramiento filosófico también puede aportar algo importante en cuanto a las pruebas periciales se refiere:

 

PRIMER CASO:

 

De madrugada, siendo todavía oscuro, una persona que acude a su puesto de trabajo en su vehículo, muere al pasar sobre un puente, pues parte del mismo se había desplomado, y el vehículo cae al abismo, llevándoselo la corriente de las fuertes lluvias torrenciales que esa noche influyeron en la caída del puente.

 

SEGUNDO CASO:

 

Una señora al salir de una tienda tropieza y cae al suelo lesionándose, y la señora afirma que la caída no ha sido fortuita sino que después del último escalón existía un escalón mucho menos alto.

 

TERCER CASO:

 

Dos socios de una empresa, al liquidar la sociedad entran en conflicto porque uno de ellos quiere que se le retorne el dinero que puso en el origen de la empresa, como motor de arranque, aduciendo ahora que la empresa ya está en marcha, y que él tiene el derecho a que se le devuelva lo que, según él es suyo. El otro socio se niega, afirmando que el otro puso el dinero y él ha puesto el trabajo; por tanto no tiene aquél derecho, según éste, a que se le retorne el dinero.

 

 

A primera vista, parece como si las cosas se pudieran interpretar de forma distinta. Por ejemplo en el caso del puente fue la lluvia la causa del derrumbamiento del puente, eso parece normal. Pero pudo ser otra la causa, pudo estar la causa en el propio puente. Pero lo que si que sabemos es que en el juicio una de las partes dirá lo primero y la otra intentará demostrar lo segundo. Unos peritos, unos ingenieros, afirmarán lo contrario a otros. Pero el asesor filosófico, sin conocimientos en ingeniería, dará con la verdadera causa. Luego veremos cómo.

 

En el segundo caso, parece a primera vista que si existía el escalón, aunque fuera más bajo que los otros, fue un error de la perjudicada la causa de su caída. La señora sin embargo insistirá que si el escalón hubiera tenido la misma altura que el resto, jamás ella se hubiera caído.

 

En el tercer caso, si no hubo pacto, parece difícil afirmar quien tiene razón, parece difícil saber si el dinero que dio origen a la empresa fue a fondo perdido o con la posibilidad de retorno. ¿Cómo resolver estos casos?,  ¿cuál es la verdadera herramienta que hay que utilizar? Ante todo como venimos insistiendo, debemos detenernos y pensar que en cada uno de los tres casos, las partes implicadas tienen su razón. Pero ¿hay, al margen de la ley, una razón más clara que otra? Y si la hay ¿cómo mostrar su claridad? Utilicemos la manera que hemos venido proclamando.

 

En el caso del puente el error consistiría en entender ¿qué significa decir puente?  ¿Qué es un puente? Luego veremos de la importancia de la palabra, y el detenimiento en la palabra.

La riera que pasaba por los cinco ojos del puente había sido invadida por una serie de construcciones que ocasionaba que el agua, en vez de repartirse por esos cinco ojos, quedara reducida su anchura, de tal manera que toda el agua pasaba por un solo ojo, daba constantemente contra una sola columna de las siete que componían el puente. Esa fue la verdadera causa de la caída. Ahora bien la discusión estaría ahora en que de esta manera hemos descartado la excepcional lluvia o la inadecuada construcción del puente. Efectivamente, la verdadera causa es la invasión del cauce natural del río por aquellas construcciones (fábricas, muros, etc.) que reducían el cauce en una quinta parte.

Es muy fácil entenderlo, cayera el agua que cayera aquella noche, dividida por cinco ojos, el puente no hubiera caído. Pero para ello debemos utilizar el verdadero significado de la idea “puente”. La idea, o la palabra “puente” no se agota en su mera obra, sino que abarca el propio cauce del río y las dimensiones del mismo. Es decir el puente es algo mucho más largo y mucho más ancho que sus propias dimensiones internas; el puente es también el cauce del río, pues para ello sirve, para que aquel pueda atravesar éste. La discusión no estriba en si estuvo bien o mal construido (sin tener en cuenta la transformación del cauce del río) sino si su construcción debió ser de esas características o de otras en función de la reducción de la anchura del cauce.  

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Me ha parecido interesante tu exposición. Seria importante que el filósofo tuviera un papel que incidiera más en la vida de las personas, en sus proyectos, problemas y preocupaciones. Creo que una de las causas de muchas frustaciones, de muchos desencuentros es la falta de reflexión filosófica. Estoy también completamente de acuerdo en que la falta de análisis del lenguage que utilizamos es una de las causas de la falta de entendimiento con los demás y con nosotros mismos. Pero por desgracia, ya desde la educación en la escuela y en los institutos ha prevalecido y prevalecen más otras materias consideradas útiles, mientras que la filosofía se considera algo de poca utilidad, cuando pudiera ser la actividad más útil de todas.
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